18 de Abril de 2024

Por Enrique Berruga Filloy

Junto a Pelé y las galletas de animalitos, Bob Dylan debe ser uno de los personajes más famosos del mundo. Su fama se convertirá ahora en leyenda con la obtención del Premio Nobel de Literatura. Jamás en la historia del cotizado galardón, un trovador había recibido este reconocimiento. 

La polémica entre críticos e intelectuales se ha tornado más intensa que los esfuerzos del Comité Nobel por encontrar el paradero del cantante. Aunque se sabe que está dando conciertos en Las Vegas, nadie logra comunicarse con el cantautor desde Suecia para informarle oficialmente que es el galardonado. Por ahí anda el hombre, perdido, like a rolling stone. ¿Merece Dylan el Premio Nobel? ¿El hecho de que cante y no sólo publique sus letras, le quita mérito literario? 

Si eliminamos su voz rasposa de carcacha descompuesta y sus pausas con la armónica, si nos limitamos a leer la letra de sus canciones, encontramos que ahí hay mucho mérito literario. 

Está a discusión, desde luego, si tiene más merecimientos que escritores magníficos como Haruki Murakami, Phillip Roth, John Banville, Ian McEwan o el extraordinario noruego Karl Ove Knausgaard. Ante un elenco de esta calidad, debemos reconocer que el Comité Nobel no tiene una tarea sencilla para decidir quién debe llevarse el premio. 

Dicho lo anterior, a mi parecer la selección de Bob Dylan presenta dos ventajas importantes. La primera es que sirva de acicate para que otros músicos y cantantes se apliquen un poquito más en componer canciones más inteligentes, que cuenten historias, que busquen captar el sentido de los tiempos, meterse en lo que el público puede llegar a sentir o pensar, marcar una época. Las estrellas actuales de la música tienen millones de seguidores. Sus mensajes, en general, carecen de sentido y solamente apuestan a que el ritmo sea pegajoso y sus letras de entendimiento elemental. 

Dylan siempre ha esperado lo contrario: que al terminar alguna de sus rolas, la gente se quede sin aplaudir, en silencio, asimilando el sentido de sus mensajes. La segunda ventaja es de orden político. No pudo pasar desapercibido para el Comité Nobel que estarían premiando a un ciudadano estadounidense, iconoclasta, irreverente, rebelde y contestatario, en el contexto de una de las campañas presidenciales más carentes de ideas, plagada de expresiones racistas, sexistas y basada, al fin de cuentas, en demostrar por qué el candidato opositor es peor que uno mismo, que las fallas del otro son peores que las mías. 

En su canción más famosa, Like a Rolling Stone, Bob Dylan dice por ahí: “Cuando no tienes nada, tampoco tienes nada que perder/Ahora eres invisible, no hay secretos que esconder”. Es curioso que ahora que Estados Unidos se quedó sin candidatos de verdad, su país sí tenga mucho que perder y que los dos aspirantes estén tan preocupados por esconder sus secretos. Quizá sea por estas razones que Dylan no aparece para recibir su premio. Debe estar muy deprimido al ver lo que ocurre en su tierra.

Espero de verdad que acuda a Estocolmo a dar su discurso de aceptación, guitarra en mano, para hablar otra vez por la gente de su país.