20 de Abril de 2024

Por José Buendía Hegewisch

La TV cubana machacaba con imágenes de la brutal paliza a Rodney King, el hombre que se convirtió en símbolo de los mayores disturbios raciales en la historia de Los Ángeles en 1992. Los conductores amplificaban la sentencia “vamos a matarte, negro” de la policía, mientras golpeaban más de 50 veces con sus bastones de madera. El mensaje iba dirigido en especial a la población negra, mestiza, mulata, cubana, como audiencia estratégica del discurso “antiimperalista” que el régimen recrudeció para resistir el colapso del antiguo bloque socialista en esos años.

De la población de más de 11 millones de cubanos, según datos del censo oficial de 2012, cerca de 40 por ciento es de descendencia afroantillana y pueden contarse como uno de los públicos más fieles al régimen de los hermanos Castro. Es la población a la que la propaganda repite que la Revolución liberó del racismo y de la cuasi esclavitud, de la prostitución, de la dictadura de Batista. A la que primero ofreció respeto a sus creencias religiosas y acceso a la educación, aunque pocos llegan a la cúpula de la nomenclatura del partido o del ejército. El discurso antirracista ha sido un soporte ideológico para la sobrevivencia del régimen cubano, pero ahora, en su acercamiento a Estados Unidos, lo enfrenta el desafío del debate que Trump activó sobre las identidades étnicas de su discurso político de campaña.

Sorpresas de la historia. A la muerte de Fidel, último líder político de la Guerra Fría del siglo XX, sobreviene en el mundo un resurgimiento de movimientos nacionalistas, populistas y discursos de identidades étnicas que ensombrecen el futuro. El Southern Poverty Law Center documentó casi 900 ataques racistas tras la victoria de Trump. Los discursos racistas son peligrosos, precisamente porque activan espirales de odio y violencia, como aquellos disturbios que en Los Ángeles dejaron 60 muertos y  2000 heridos en 1992. En ese marco, Trump también amenaza con revertir el deshielo con Cuba si no se compromete a lograr un “mejor acuerdo”, ¿libertades o negocios?

¿Cómo funcionará ese acuerdo sin Fidel y con Trump para los cubanos? Hay algunos que piensan que la muerte de Fidel acelerará el proceso de reformas, cuyo artífice en los últimos años ha sido la presidencia de su hermano Raúl. Otros consideran, como el diario NYT, que una política de amenaza del gobierno de Trump contra Cuba sería contraproducente para los cambios y fortalecería las resistencias de los sectores identificados con los discursos de confrontación, antiimperialistas, antirracistas y nacionalistas del fidelismo. Es decir, el discurso racista y proteccionista puede retardar la democratización, aunque la economía se colapse.

Tras su desaparición, la institución más poderosa en Cuba es el Ejército que, además del poder político, tiene fuertes intereses económicos por las empresas que manejan desde aquellos años de los disturbios en Los Ángeles. El embargo económico y la CIA hicieron de los militares la pieza clave de la estabilidad de la dictadura cubana, pero, además, ahora son los principales interesados en continuar con las reformas que desde 2008 permiten la inversión extranjera hasta 100 por ciento en áreas no estratégicas, coinversiones y apertura a micronegocios.

La Habana se mueve en un estrecho margen por la debilidad económica en que, otra vez, lo deja su principal abastecedor de hidrocarburos: Venezuela. Su margen de negociación con Estados Unidos es estrecho y difícil verse en una estrategia alterna a aliarse con EE.UU., aunque el discurso de Trump puede avivar los añejos temores al racismo y la opresión que estuvieron detrás de la confrontación de casi medio siglo. ¿Cuál será la posición de México ante ambos escenarios? ¿Se mantendrá al margen del futuro de su cuarta frontera? ¿Se marginará del proceso de reformas en Cuba, a pesar de la posición geopolítica de la isla?