28 de Marzo de 2024

Jacobo Zabludovsky

Mientras en México dimos la voz de alarma para evitar la destrucción de la obra más importante de David Alfaro Siqueiros, (“Peligra el Polyfórum”, Bucareli, 3 de marzo, 2014), en Buenos Aires se vanaglorian de un trabajo suyo, lo protegen en una caja de cristal y lo exhiben en museo magnífico junto a la Casa Rosada.

Siqueiros pintó en Argentina el interior de una especie de capilla de unos cuantos metros cuadrados: cuatro paredes, bóveda y piso, llamado Ejercicio Plástico, al que se entra con calzas de plástico, plantea la técnica del muralismo y establece su diferencia con la pintura de caballete. No menciona esta obra temprana en las entrevistas recogidas en mi libro “Siqueiros me dijo”, (Editorial Novaro, 1974), donde explica su teoría.

“La pintura de caballete es una pintura para tenerla en la mano, para verla de cerca, para colocarla en un lugar en donde se pueda realizar su contemplación durante largo tiempo. Una pintura de textura fina. Debe uno acercarse a la obra para verla. Y desde el punto de vista de su destino social está destinada al hogar de personas pudientes, únicas que pueden adquirirlas. La pintura mural, por lo contrario, es para un espectador activo, un espectador en movimiento. La pintura de caballete hay que verla de pie o sentado, pero de frente. No hay por qué verla angularmente. La pintura mural no puede observarse así y menos aún la pintura mural en grandes espacios que tiene un muro a la izquierda, un muro a la derecha, una bóveda. Esa pintura es para un espectador en movimiento y pudiéramos decir para un espectador de tránsito. Por ejemplo: esta pintura situada y ejecutada en un hall tiene una puerta a la derecha, una puerta al frente, una puerta a la izquierda. El espectador tiene que ir hacia la izquierda, hacia el frente, a la derecha, etc. Es una pintura para un espectador activo. Esa es la diferencia enorme. A través de todos mis murales lo he podido ver como una cosa real. Una pintura de grandes proporciones, hecha para un espectador activo, no se presta para las finuras que no van a ser vistas, que no corresponden a las posibilidades ópticas del espectador; que van a estar situadas a una altura determinada que no corresponde a esa posibilidad, a diez, veinte, treinta o quizá más metros en algunas ocasiones. Pinto murales exteriores que tienen que verse de distancias de 300 o 400 metros; a veces desde las ventanas de los edificios altos. Hay que acercarse, alejarse, verlos desde el automóvil corriendo a la velocidad normal de una calle, la calle de una gran ciudad. Es decir, otro problema. Un problema que me precipitó totalmente en esas particularidades de la obra de creación artística. Es ahí donde viene el uso del cemento en vez de la cal ordinaria para la producción de los murales, del uso de los medios mecánicos como la pistola de aire, de nuevas concepciones sobre la geometría. Y en lo que respecta a la temática, naturalmente también. La pintura mural es una pintura, diríamos, subversiva, de agitación o bien de consolidación de una doctrina. Pintura de grandes masas. Si hubiera habido en esa época grandes estadios se hubieran hecho grandes concentraciones, pero las hicieron en las catedrales, que eran, hablando simbólicamente, los estadios de aquella época. Eran los lugares de concentración de las grandes masas. El discurso, el lenguaje, el tema que debían tener era para educar, para divulgar en el sentido religioso de la palabra. Hoy es lo mismo. El pintor que en la pintura mural se dedica a hacer simplemente abstracción está mal utilizando la pintura mural. No niego que puedan ser cosas maravillosas, puede hacerlas, pero está perdiendo el tiempo desde el punto de vista de la finalidad lógica, natural, física de la pintura mural. Ese es en mi concepto la gran diferencia entre las dos forma: el caballete y el mural”.

Eso me dijo Siqueiros, además de un elogio que mi vanidad obliga a reproducir, sobre todo por ser la opinión de un emblemático luchador comunista: “La ética del locutor como la del periodista consiste en la veracidad integral de la información, ya sea esta sobre moral, sobre estética o sobre política, como debe serlo en todas las demás manifestaciones del hombre. Con la palabra y con la letra Jacobo Zabludovsky posee esa rara cualidad y más aún cuando su campo de operaciones es un periodismo y una televisión de México que no se caracterizan, hablando en términos generales, por tan primordial virtud en el expositor público. A su indicada probidad de locutor y escritor de la mayor amplitud se suma una brillante agilidad y elocuencia de transmisor por antonomasia”. (“Charlas con pintores”. Costa Amic. 1966).

 

Gracias, David.