24 de Abril de 2024

Sergio González Levet

Mi primera formación periodística la obtuve de dos enormes Maestros del oficio: Jorge Ruffinelli y Froylán Flores Cancela.

El primero fue el último director del suplemento cultural del legendario semanario Marcha de Uruguay, que en los años 70 era uno de los periódicos liberales más reconocidos del mundo, al grado tal que la dictadura que padecían los uruguayos tardó varios años en poder cerrarlo, y se ganó la censura mundial cuando mandó a la cárcel o al exilio a quienes lo editaban.

Ruffinelli nunca ganó un premio de periodismo, ni en su tierra ni acá en México y menos en Xalapa, donde vivió y trabajó 15 fructíferos años. Eso sí, obtuvo muchos reconocimientos como crítico literario y como promotor cultural.

 

Froylán Flores Cancela obtuvo en 1978 el Premio Nacional de Periodismo, que le fue otorgado por su columna “Glosario del momento”, la que inició y escribió por casi 20 años en el Diario de Xalapa. El jurado, que integraban reconocidos periodistas y presidió don Francisco Martínez de la Vega, reconoció en el periodista misanteco su capacidad informativa y su talento literario.

A Don Froylán el premio le cambió la vida. Por razones que no vienen al caso aquí, a partir de esa presea decidió separarse de la casa editorial en la que había crecido hasta convertirse en el periodista veracruzano más influyente de su época (y separarse también de su mentor, don Rubén Pabello Acosta -quien había sido como un padre para él-, a quien siempre le guardó respeto y consideración en vida, y lo sigue haciendo).

A partir de esa separación también fundó, el 2 de octubre de 1978, el semanario Punto y Aparte, que fue un acontecimiento periodístico celebrado a nivel nacional, y que 35 años después sigue circulando en Xalapa.

Tener la oportunidad de formarme con el maestro Flores Cancela y con su prestigiado y justo premio nacional, me dio la pauta para entender que hay de premios a premios, sobre todo porque en los últimos años han surgido preseas para todos los gustos y sabores. Eso sí, con nombres rimbombantes que resultan inversamente proporcionales a lo lamentable de sus orígenes.

Como en nuestra primera casa periodística, los reporteros que ahí nos iniciamos gozábamos de un premio tan grande como el de Froylán -que él nos compartía junto con sus enseñanzas invaluables-, ninguno se preocupó por obtener alguna presea adicional, y por eso los periodistas de gran tamaño que se formaron o completaron su formación en el Punto y Aparte no presumen premios ni buscan el halago, muchas veces vago y circunstancial.

Los periodistas serios no blasonan esas medallas, porque para ellos lo único que vale es el reconocimiento a su carrera, a sus años en el oficio, a sus días interminables invertidos en las redacciones y en la busca de la noticia.

Por eso los verdaderos recibieron no premios, sino el reconocimiento.

Eso hace la diferencia.