28 de Marzo de 2024

¿Hay un PRI que desafía a Peña Nieto?

Por Roberto Rock L.

Dos mensajes claros, recientes, ha dado Enrique Peña Nieto ante la definición sobre el candidato del PRI que buscará sucederlo: el proceso se controla desde Los Pinos, y no hay espacio para innovaciones en lo que él llamó “la liturgia”; es decir, el conjunto de prácticas establecidas.

Con el arranque del mes, sin embargo, parece crecer un fantasma que recorre los pasillos y las mesas de café de la clase política priísta y no pocos espacios de comentaristas y académicos, según los cuales un sector “duro” del PRI se opone a la postulación del secretario de Hacienda, José Antonio Meade, y se pronuncia por su colega de Gobernación, Miguel Ángel Osorio.

Este nerviosismo de relativa estridencia alega que el Presidente (que ciertamente tiene fama de someter sus determinaciones centrales a un dilatado y solitario proceso de reflexión) no ha tomado su decisión sobre en qué sentido inclinar la balanza en favor de uno de esos (u otros) precandidatos.

Recogidos por este espacio, testimonios convencidos de la existencia en el PRI de un bloque opositor a Meade Kuribreña (claro finalista) documentan su postura con declaraciones del líder senatorial Emilio Gamboa, que ha ponderado reiteradamente los méritos del secretario de Hacienda como posible sucesor de Agustín Carstens en el Banco de México. Y aluden también a la campaña, abierta, franca, de la exgobernadora Ivonne Ortega para buscar la candidatura de su partido.

Personaje favorito en la configuración de estas conspiraciones, se echa mano también de Manlio Fabio Beltrones, uno de los priístas más destacados, quien habría mostrado su inconformidad ante el proceso al decir a presuntos personeros de Los Pinos que no está en su interés incorporarse al gabinete, ni siquiera como secretario de Gobernación.

Antes de asumir la dirigencia nacional del PRI, en agosto de 2015, Beltrones recibió de mensajeros presidenciales ofrecimientos diversos, todos de cargos públicos, y solicitó cortésmente que ello no fuera formalizado en Los Pinos para evitarse un predicamento, pues en la cultura tradicional partidista no se le dice no al Presidente. De ahí quizá la nueva leyenda partidista.

Palabras más, palabras menos, reunido el 17 de octubre con un numeroso grupo de periodistas en la casa presidencial, Peña Nieto dijo que los priístas “tenemos nuestra propia cultura, nuestra propia liturgia. Hay quienes nos estigmatizan porque somos diferentes, porque no hacemos [elecciones] primarias, porque no hacemos ejercicios que otros partidos políticos hacen, o que partidos políticos de otros países hacen”.

Si alguien dentro del PRI desafía hoy este modelo, tendría que revisar la historia del partido oficial.

La “liturgia” de la que ahora se habla tiene su matriz en la sucesión de Adolfo Ruiz Cortines, en 1958, hace 60 años. Así lo documenta el libro del sólido politólogo Rogelio Hernández Rodríguez (https://goo.gl/B6ztkR). Ahí nació el “tapado”. Antes de eso y desde el nacimiento del abuelo del PRI, el proceso era producto de una correlación de fuerzas entre los caciques militares surgidos de la Revolución.

Pero este método no siempre fue aplicado. En 1988, con Miguel de la Madrid como presidente, el PRI encaró los reclamos de la naciente Corriente Democrática (que luego salió del partido, fue a las urnas con Cuauhtémoc Cárdenas y acabó formando el PRD) con una “pasarela” de seis aspirantes que dio marco a la accidentada postulación de Carlos Salinas de Gortari. En su turno, éste aplicó a la letra el modelo Ruiz Cortines, con Luis Donaldo Colosio y luego con Ernesto Zedillo.

Zedillo vio en las derrotas electorales de 1997 una rebelión de la “nomenklatura” priísta, con la que había buscado una “sana distancia”. “Estos no nos quieren”, se asegura que le dijo una tarde su secretario particular, Liébano Sáenz. De esa charla surgió la iniciativa de una elección interna priísta al estilo estadounidense, en noviembre de 1999, a lo que se oponía el precandidato finalista, Francisco Labastida, pero que arrasó con 82% de los 10 millones de votos generados, al menos en la versión oficial.

Cuando se le comentaron estos antecedentes innovadores en los procesos del partido oficial durante la citada reunión de octubre con informadores, Peña Nieto pareció esbozar una sonrisa condescendiente.

A partir de entonces, todo ha sido buscar claves en sus mensajes, como lo hizo el 18 de octubre, al decir que un presidente puede con una mala decisión “joder al país, hacer que se friegue más”.

O cuando ha ofrecido pinceladas de un retrato hablado sobre quién será el contendiente del PRI en el 2018: “Que tenga una visión clara de hacia dónde va el país y una conducta y una trayectoria honesta, limpia, de reconocimiento y prestigio”.

A la mejor es que le ha costado trabajo encontrar alguien así.