28 de Marzo de 2024

Sergio González Levet

Yo no puedo imaginar qué tan triste y desolado se debe sentir el otro Alfredo, Magno Garcimarrero, ante el duro trance de la pérdida de su hermano del alma, su cuate y su gemelo Benjamín, con el que hizo tantas veces una pareja genial y divertida para solaz de quienes vivimos en esta hermosa ciudad, que fue la suya y en cuya historia ambos permanecen como íconos, no sólo del entretenimiento sino de la vida seria de la capital.

Prácticamente, los cuates Garcimarrero -en plan de pareja y también cada uno por su lado- participaron y engalanaron la tertulia, la academia, el podio, la palestra y la tribuna. Humoristas como pocos, músicos decorosos, profesionales dedicados y hombres inteligentes, Benjamín y Alfredo se convirtieron en una presencia indispensable para las cosas importantes de la ciudad.

Por todo aquello y más, la sensible pérdida de quien fue el más voluminoso de los hermanos geniales provocó una verdadera conmoción. De ahí la tristeza infinita de su hermano, compartida por los xalapeños y por quienes han hecho en esta ciudad su vida, como es el caso.

Con Alfredo Benjamín Garcimarrero Ochoa se va toda una época que inició a mediados del siglo pasado y está concluyendo en los primeros del presente. Hijo de una familia esencialmente xalapeña, fue paradigma de una forma de ser –acento, humor, contenidos y opiniones- que definió a la ciudad en la segunda mitad del siglo XX. Enterado, culto como lo debía ser cualquier ateniense que se respetara, congruente en su ideología, vivió su tiempo a plenitud y sin ambages.

 

Los cuates Garcimarrero transcurrieron de la ciudad pequeña que fue Xalapa hasta la urbe de hacinamiento incomprensible que es hoy. Su humor virginal se nutría de los chistes casi blancos y hasta ingenuos en los que eran personajes ineludibles los más conspicuos naolinqueños -como don Isaac Acosta o el Padre Lima, de gratos recuerdos-. Pero después la realidad se impuso y pasaron a los cuentos más cargados de tinte político, con una grave conciencia y una dura crítica hacia los políticos ineptos y/o corruptos.

Recuerdo que alguna vez Benjamín me dijo que el humor le servía para poner en evidencia los mayores defectos de los hombres públicos, y vaya que lo hacía con sus ocurrencias geniales, con su inventiva.

Es difícil abstraer a uno solo de los dos integrantes de este dúo dinámico que tan buenos ratos nos dio a todos, pero podemos decir que Benjamín fue un abogado capaz, un hombre de leyes y un magistrado cumplido, así como un periodista genuino.

Es difícil escribir con seriedad de quien se rió todo lo que quiso de la vida, y seguramente lo sigue haciendo en donde ahora descansa, con tanta justicia, en paz.

Va nuestra condolencia a su familia, a su hermano querido y a la ciudad que hoy ha perdido a uno de sus xalapeños ilustres. Ya habría que ir pensando en el nombre de una calle para él... y para su hermano.