19 de Abril de 2024

Todo comenzó con un engaño, con algunos avisos de verdad, en Estados Unidos comenzó a discutirse una Reforma Migratoria, cierto. Los proyectos de Ley consideraban algún mecanismo de regularización de los indocumentados, cierto también. El Presidente Obama puso énfasis en ofrecer alguna estancia legal para los menores de edad, los famosos Dreamers.

Estos tres puntos son correctos, pero ¿cómo se utilizó esta información? Los coyotes centroamericanos comenzaron a difundir la versión de que este era el momento oportuno para que los niños migraran a Estados Unidos, con la promesa de que en cuanto entrara en vigor la Reforma, pudieran establecerse legalmente en ese país. Esto es falso, pero funcionó a la perfección para los intereses de los polleros.

Todo mundo había oído que el Congreso Norteamericano trabajaba en una nueva Ley Migratoria, pero muy pocos cotejaron los detalles. Fueron y siguen siendo engañados con la idea de que lo único que tienen que hacer estos niños es entregarse a las autoridades estadounidenses al momento de cruzar la frontera. Bajo esta mecánica, en los últimos siete años, la cifra de menores migrantes centroamericanos ha pasado de 1,100 a 57 mil niños.

 

Es cierto que la pobreza, la violencia y la acción de los criminales son incentivos muy poderosos para intentar la aventura del Norte. Sin embargo, también es cierto que estos factores han estado presentes en Centroamérica desde hace muchas décadas. El factor novedoso es la astucia de los coyotes para vender la idea de que Estados Unidos está a punto de ofrecer una amnistía a los migrantes indocumentados. Los coyotes de América Central y también de México, orquestaron esta falacia, con mucho éxito económico para ellos, pero desatando una grave crisis humanitaria.

Este panorama fue presentado al Gobernador de California, Jerry Brown, durante su reciente visita a nuestro país. El arzobispo de Los Ángeles, José H. Gómez, organizó una reunión de análisis a la que fui invitado, con religiosos y diplomáticos de Guatemala, El Salvador, Honduras y México. ¿Qué debemos hacer? —Preguntaba ansioso Brown, con franqueza, buscando soluciones—. ¿Qué le recomiendo al Presidente Obama —nos decía— que reciba a todos los niños migrantes o que los deporte? ¿Qué acepte a unos y expulse a otros, y si es así con qué criterios? Si los recibimos, ¿no será un incentivo para que vengan más a Estados Unidos?

La verdad sea dicha es que el análisis en esta mesa fue muy bueno, pero las propuestas muy pobres. Y no por falta de voluntad, no hay una solución mágica, ni nada que se le parezca. Los únicos pasos claros consisten en combatir la desinformación que han sembrado los polleros en Centroamérica y desmantelar las redes mismas de traficantes de personas. Pero eso no resuelve la condición de los miles de niños que ya se encuentran en la frontera.

El obispo de Guatemala nos decía que regresarlos a su país de origen sería lanzarlos a las manos de los maras y otros grupos de delincuentes y pandilleros. El Gobernador Brown terminó con una reflexión que parecía hacer para sí mismo: no entiendo por qué Washington inyecta miles de millones de dólares en lugares como Irak o Afganistán, y al mismo tiempo ignora tan abiertamente a Centroamérica, cuyo impacto sobre Estados Unidos es mayor, quizá le faltan talibanes y terroristas a América Central, para ganarse la atención del Gobierno Norteamericano.