Sergio González Levet
Para Mar, mi hija, en sus más-menos 21
Paz el grande, Octavio el de siempre, nos dio su arte y nos dejó su modelo para decir cosas y decirnos cosas. Sí, Piedra de Sol es de todos y se presta para todo… hasta para cosas nimias y groseras como nuestras elecciones. De ahí su grandeza:
un candidato de cristal, un diputado de agua,
una alta elección que el viento arquea,
una encuesta bien plantada mas danzante,
un caminar de distrito que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y no llega siempre:
un caminar tranquilo
de priista o primavera sin premura,
aspirante que con los párpados cerrados
mana toda la noche promesas,
unánime presencia en oleaje,
ola tras ola hasta cubrirlo todo,
tricolor soberanía sin ocaso
como el deslumbramiento de los discursos
cuando se abren en mitad de la asamblea,
un caminar entre las espesuras
de la elección futura y el aciago
fulgor de la derrota como un ave
petrificando el bosque con su voto
y las despensas inminentes
entre los apoyos que se desvanecen,
horas de luz que pican ya los asesores,
presagios que se escapan de la mano,
una presencia como un mitin súbito,
como el opositor cantando en el incendio,
una consigna que sostiene en vilo
al mundo con sus casillas y sus sufragios,
cuerpo de luz filtrada por un ágata,
votos de luz, vientre de luz, urnas,
roca electoral, boleta color de nube,
color de voto rápido que salta,
el mapache centellea y tiene cuerpo,
el ganador ya es visible por tu cuerpo,
es transparente por tu transparencia.
voy entre galerías de slogans,
fluyo entre los perifoneos resonantes,
voy por las candidaturas como un ciego,
un sufragio me borra, nazco en otro,
oh bosque de votantes encantados,
bajo los arcos de la casilla penetro
los corredores de una victoria diáfana”