28 de Marzo de 2024

Rubén Pabello Rojas

Nadie en su sano juicio puede criticar ni menos estar contra una acción tan humana y encomiable como es combatir el hambre de una población determinada que por alguna causa la padezca.

El Estado Mexicano dispone en el artículo 4° de su Constitución General que “Toda persona tiene derecho a la alimentación nutritiva, suficiente y de calidad; el Estado lo garantizará”. La mejor forma de garantizar esa alimentación, que erradique el hambre es proporcionar las condiciones de ingreso al individuo, por medio de un trabajo honesto y bien remunerado según su actividad.

Los países donde la Democracia ha alcanzado niveles aceptables de vida pública, donde la suma del producto interno bruto, es decir el trabajo sumado de toda su población nacional es elevado y suficiente, no necesitan sistemas para combatir el hambre de sus poblaciones. El hambre se combate por sí sola sin necesidad de cruzadas artificiales, clientelares e inductoras de dependencia.

 

No obstante ser una obligación constitucional del Estado Mexicano, ya proliferan asociaciones caritativas particulares que se dedican a proteger a la niñez necesitada de los satisfactores más elementales como son el alimento y la vivienda, proporcionando desayunos o techo en condiciones no siempre muy claras ni autorizadas.

Se ha vuelto una práctica que debe vigilarse pues provoca desviaciones lamentables como las recientes de “La Gran Familia” y hace algunos años la tragedia de la guardería ABC de Sonora. Entre muchas otras, se da cuenta de “La Fundación para la protección de la niñez, IAP”, que es una asociación civil con más de 50  correspondencias ubicadas en Querétaro, Guanajuato, Estado de México y D.F., donde atiende a 5,277 niños, niñas, adolecentes y abuelitos, según reza su comunicación oficial.

Quiere decir esto que el DIF, órgano oficial del Gobierno de la Republica y de los Estados, tiene un competidor que le disputa territorios dentro de sus atribuciones. No puede, no debe ser.

El 21 de enero de 2013 en el ejido “Las Margaritas” de Chiapas, se creó por decreto el Sistema Nacional contra el Hambre en concordancia con el Programa “Hambre Cero” de la ONU. Como se advierte existe todo un planteamiento de carácter internacional para combatir uno de los flagelos que castigan a la niñez, el Hambre.

Quien tiene hambre lo que desea más que nada es precisamente comer. Dejar de padecerla. Luchar contra el hambre es algo que no admite la menor discusión. Se recuerdan las terribles hambrunas de países africanos o algunos asiáticos, donde la falta de alimentos se convierte en una verdadera maldición contra la población; quienes más sufren son los niños y ancianos.

Pero viene la pregunta ineludible ¿Qué pasa con el DIF, qué sucede con la SEDESOL?, ¿no son las instituciones oficiales encargadas de que el desarrollo social por una parte, y el bienestar de la familia de los mexicanos por otra, se encuentren en condiciones si no optimas, cuando menos si aceptables? Algo no está funcionando como debe ser cuando se tienen que instrumentar otras figuras que tienen los mismos quehaceres.

Mientras se pretendan resolver los problemas en sus efectos y no en sus orígenes, el mundo caminara al revés. Para que no haya hambre lo más sencillo es que haya trabajo en la sociedad, que el padre o la madre de familia, cabezas de esa disminuida forma social, obtengan los ingresos suficientes para sostener sin hambre a su prole. Es elemental.

Si la solución es salir del paso temporalmente, demagógicamente, creando a nivel nacional y estatal  dependencias burocráticas, saturadas de empleados de escritorio que vayan a combatir el hambre, pereciera que no es el camino correcto. Son los mismos trazos equívocos de los “inaceptables y estériles combates a la pobreza”. La pobreza sólo se combate con oportunidades de trabajo en una sociedad intrínsecamente fuerte.

Qué tal si se intentara producir esos alimentos potenciando el sector primario de la economía, por medio de las labores agrícolas,  pecuarias y la agroindustria; hacer llegar estos bienes a los consumidores para terminar con esa hambre, que en muchos casos no es el hambre cotidiana sino hambre secular en un Estado calificado de democrático que, como obligado inexcusable, no ha podido resolver  su reto  fundamental: alimentar a su población.

Es relativamente fácil convocar a un acto solemne par echar a andar un sistema, con fotos y discursos muy bien hechos sobre el tema, pero eso no resuelve de fondo el asunto., No se trata de magnificar en discursos las bondades de los programas que posteriormente se olvidan y son solamente flor del lucimiento imperdonable de un día, sin efectos benéficos.

No  es con desayunos o comidas servidas por instituciones oficiales como se sustituye el desayuno y la comida en la mesa familiar, alimento sagrado producto del esfuerzo del trabajo, sitio donde realmente se fragua la nacionalidad y el sentimiento de pertenencia a una nación, no en desayunadores colectivos carentes de ese sentimiento único que solamente proporcionan el calor de la casa donde se vive, el hogar al que se pertenece. Ese es el meollo del problema.