Hoy es Navidad y de verdad no quería escribir acerca de seguridad, violencia o justicia, que es precisamente de lo que trata mi columna desde hace casi cuatro años que empecé con ella y quien me haya leído lo sabe bien.
Quería hacer una reflexión acerca de las fiestas decembrinas y del cierre del año. Algo diferente acorde al amor y al cariño de las reuniones familiares de ayer domingo y hoy, lunes.
Pero este México descompuesto simplemente se niega a darnos un descanso. Y el dejar de lado temas que marcan (o deberían marcar) la agenda, como la masacre en Salvatierra, Guanajuato, sería un acto de irresponsabilidad por parte de quienes tenemos la oportunidad de hablar por aquellos que no pueden.
Ya es bien sabido por todos que el pasado domingo 17, un grupo armado irrumpió en la hacienda de San José del Carmen en donde se estaba llevando a cabo una posada navideña, el terror cobró vida y lo ocupó todo. Un comando del crimen organizado mató a 11 jóvenes e hirió a otros 14, según las últimas cifras de la Fiscalía de Guanajuato.
“Solo llegaron, entraron y dispararon sin parar”, “su único objetivo era matar”, relató Angie Almanza, familiar de dos de las víctimas, Se recuperaron 195 casquillos del lugar del crimen, lo que significa que hubo de seis a siete tiradores con armas de calibre militar con capacidad de 25 a 30 tiros por cargador. Y todavía se tomaron el tiempo de prenderle fuego a varios vehículos previo a su huida.
¿Y qué pasó? La principal hipótesis es que un grupo indeterminado de personas llegó sin haber sido convocados a la posada navideña, quisieron entrar (o ya estaban adentro) cuando los asistentes de la fiesta les pidieron que se retiraran (de buena o de mala manera) al no estar invitados. Fue entonces que se fueron, pero solo para regresar con un comando armado y abrir fuego en contra de aquellos que se atrevieron a correrlos del festejo navideño.
Podría tratar de analizar la nula tolerancia a la frustración de los agresores que derivó en la mortal agresión, pero lo importante no es si sus padres los golpeaban cuando eran niños, si los dejaron caer de cabeza cuando eran bebés, si estaban alcoholizados-drogados o si padecen alguna enfermedad mental. Lo importante es que son unos monstruos del infierno que siguen libres y hasta ahora, impunes.