Ahora que la presidencia ha entrado en su etapa final, se empieza abrir la puerta al examen del papel del personaje que hace 70 años nació en Tepetitán, una población de menos de dos mil habitantes a la orilla del río Agua Caliente, en el municipio de Macuspana, Tabasco, en el seno de una familia de clase media.
Con ese punto de arranque, las posibilidades del macuspeño de llegar a la cumbre de la estructura política mexicana a la cabeza de un partido-movimiento de su creación, de oposición y de izquierda, eran mínimas y, sin embargo, lo logró. Y lo logró por una combinación de voluntad poco común con inteligencia, la decisión de correr los riesgos de un todo o nada en momentos cruciales y, sí, de aprovechar al máximo las circunstancias.
Y esas circunstancias se pueden resumir en la decadencia, por corrupción, del sistema autoritario priista, del fin de la Guerra Fría y la disminución en México y el mundo de la intensidad del anticomunismo tras la desaparición de la URSS y la consiguiente libertad de acción de una pluralidad de izquierdas como alternativas al capitalismo neoliberal.
Y retornando al tema del papel del líder en las coyunturas, es posible asegurar que sin la fuerza de voluntad y el carisma de Andrés Manuel López Obrador —entendiendo por carisma la autoridad de un líder al que sus seguidores consideran comprometido de manera excepcional con causas de orden superior— simplemente no es posible explicar el nacimiento y desarrollo espectacular del partido Morena que en un lapso de 7 años (2011-2018) transitó de la nada a ganar la presidencia y sin recurrir a la violencia, aunque sí a la resistencia pacífica.
Ganar la presidencia fue difícil pero no lo fue menos empezar a desmantelar 36 años de dominio de un neoliberalismo duro, para devolver su centralidad al Estado y sentar las bases de un nuevo régimen con un proyecto de izquierda democrática. Finalmente, y fiel al principio de “no reelección”, el líder entregó el bastón de mando de su partido a una sucesora y candidata presidencial y anuncia su retiro estando en pleno dominio de la situación, pero tras dar el tiro de gracia al viejo sistema priista que, en su agonía, buscó resistir con el apoyo de sus adversarios originales: el PAN y el PRD.
El nuevo liderazgo de Morena y con muchas posibilidades de ser también quien asuma la presidencia de México en 2024 tras las elecciones de este año, tendrá que desempeñar su papel con un estilo diferente de gobernar de AMLO, pero con el mismo proyecto. Es verdad que ya no llegaría a tomar la plaza sino a consolidar lo ya logrado para avanzar en el ejercicio del poder, en el contexto del inicio de un nuevo régimen que aún debe demoler mucho del viejo y avanzar en la construcción del nuevo.
Y si en el pasado autoritario la sucesión presidencial se daba dentro del mismo partido autoritario y a falta de la legitimidad que dan las elecciones genuinas, se requirió que la transferencia del poder implicara algún tipo de ruptura entre quien concluía su sexenio y quien le sucedía para marcar el inicio del nuevo ciclo sexenal.