Ha comenzado el año acompañado de la euforia electoral que llama la atención a la mayoría de los ciudadanos, aparejado también el futuro político que llevan los gobernantes.
Sin duda, sus actos en estos días y meses por transcurrir se traducen en una doble responsabilidad, por una parte, cumplir con su tarea de gobierno y otra que estas se traducirán o se transformarán en boletas electorales.
Las elecciones tienen gran importancia en la vida política de cualquier país y son esenciales para toda democracia. Durante los procesos electorales, los ciudadanos se convierten en actores políticos fundamentales. Es por esto por lo que la primera prerrogativa que tenemos consiste en votar en las elecciones populares. Ésta es, sin duda, la forma de participación ciudadana que más conocemos.
Lo que no todos los mexicanos saben u olvidan es que, además de prerrogativa, el voto también es una obligación. No acudir a votar implica quebrantar un deber ciudadano; de este modo, el abstencionismo no sólo es desinterés o apatía, sino también una violación a la Constitución. El voto, para decirlo más claro, no es opcional desde el espíritu del republicanismo.
Conviene detenernos aquí para comprender qué se entiende por “voto”. El diccionario indica que esta palabra proviene del latín votum, y una de sus acepciones es “expresión pública o secreta de una preferencia ante una opción”.
Por su parte, la Suprema Corte de Justicia de la Nación señala que la doctrina ha definido el voto como “la manifestación del criterio y sentido formulado por el componente de una asamblea, junta o tribunal colegiado acerca de cuál ha de ser, a su juicio, la solución de la cuestión que ante ellos haya sido objeto de debate”.
Es importante tener en cuenta que mediante el proceso electoral elegimos a quienes han de ocupar puestos públicos en buena parte de las instituciones políticas del país. Quitémonos entonces de la cabeza la idea de que el voto es sólo una papeleta con los nombres de personajes, a quienes la mayoría de las veces ni siquiera conocemos. No se trata de un papel que cada tres o seis años tenemos que tachar y depositar en una urna. No, la realidad es que el voto popular tiene múltiples consecuencias directas e indirectas en nuestra vida. Lo que está en juego es, en cierta medida, el destino de muchos mexicanos. Y no creo exagerar si afirmo que incluso está en juego el destino de nuestros hijos.
Por ello, los actos de gobierno y las decisiones políticas valen doble, pues en el contexto electoral hoy se transforman en votos. Es así como dichos actos son iguales a votos.