19 de Abril de 2024

Cumbre, unidad o enfrentamiento

ÁNGEL ÁLVARO

Las cumbres se realizan para unir no para dividir, pero no todos los mandatarios de América Latina lo entienden así. La asistencia de 33 representantes de diversos países de la zona, con la ausencia de tres, Brasil, Colombia y Argentina, muestra la intención de unidad de los participantes.

Hay naciones que utilizan todo foro como campo de batalla, cuando en realidad debieran convertirse en puente de entendimiento. Nadie exige armonizar ni coincidir, sino acuerdos y convenios que fortalezcan a quienes los firman.

Latinoamérica tiene vocación de unión y no sólo por la historia común de conquista y colonialismo, sino porque estas políticas extranjeras colocaron al subcontinente en la pobreza de la población y la corrupción de sus gobernantes.

Cuando se trata de corregir el pasado y buscar lazos de unidad no falta quienes por el simple hecho de ver a la cara al que no coincide con sus ideas muestran su intolerancia. Tratándose de hacer a un lado las diferencias y estar convencidos de que la geografía del mundo no puede cambiarse es lógico, y un deber de sentido común y conciencia, encontrar coincidencias para avanzar juntos y no depender de fuerzas extrañas al sentimiento que une a la mayor parte del continente.

Sin embargo, hubo en la cumbre de la CELAC, Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, diferencias que se preocuparon por hacerlas evidentes y hasta recriminatorias al país anfitrión, lo cual no deja de ser un agravio, pero como se trata de unificar y de tratar de igual manera a los invitados, sin distinción ideológica, la sede de la cumbre no mostró sentirse aludido, lo que hizo más evidente las diferencias.

La unidad latinoamericana debe dejar de ser parte de los discursos para pasar a los hechos. En esta unión todos saldrían ganando, pero hay quienes anteponen las diferencias a las coincidencias sin ver más allá del encono y la rivalidad.

Porque problemas tan graves que ahora rebasan a los países que fueron muy poderosos, como el conflicto migratorio, disminuirían considerablemente si la región latinoamericana estuviera unida, con tratados de comercio comunes y convenios políticos y administrativos más amigables. Pero pareciera que la amistad es lo que menos les interesa a algunos.

La migración sería una opción de los seres humanos y no una obligación forzada por la sobrevivencia, como se dijo en esta cumbre.

Una de las reglas de oro del respeto internacional es la no injerencia en los asuntos internos de cada país y no todos los mandatarios respetaron esta regla; los presidentes de Uruguay, Paraguay, Cuba y Venezuela hablaron de los problemas internos de las naciones con gobernantes que no coinciden, pero la unidad no se rompió. Los objetivos quedaron ilesos y los propósitos se siguieron conforme lo planeado.

La autonomía de América Latina se desvaneció cuando los gobiernos de países como México adoptaron -sin restricción alguna- los mandatos del FMI, el Banco Mundial y otras instancias financieras internacionales condicionaron la política de la región, haciendo de naciones libres el patio trasero de Estados Unidos.

A partir del sexenio de Miguel de la Madrid, el liderazgo que en algún momento tuvo México en América Latina desapreció. Todos los países de esta área se volvieron uno, salvo algunas dignas excepciones, para adherirse a los designios de la Casa Blanca.

Ahora que el vecino del norte ya no es el país más poderoso del mundo, que el mundo cambia, que la pandemia impone nuevas percepciones de la realidad, conscientes de nuestra igualdad ante el desastre, América Latina vuelve a colocar sus ojos en su tierra.

Estados Unidos y las grandes potencias deben entender que en América Latina se crea una unidad, no un frente común. Se trata de armonizar, no de confrontar, pero hay muchos mandatarios que todavía viven en el pasado y no se han dado cuenta de los cambios que tiene el planeta.