19 de Abril de 2024

¿Por qué conmemorar el Día de la Niña?

Yasmín Esquivel Mossa

En 2011, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas estableció el 11 de octubre como Día Internacional de la Niña, convocando a las organizaciones internacionales y a la sociedad civil a crear conciencia sobre la situación de las niñas en el mundo. Una conmemoración poco conocida en la que vale reparar, si aspiramos a alcanzar una sociedad más equilibrada y justa.

Ciertamente se cuenta, en el vasto calendario de conmemoraciones, con un día internacional de la mujer —en el que se comprenden las niñas y adolescentes— así como también un día mundial de la infancia; sin embargo, es indispensable generar conciencia sobre las condiciones precarias por la que atraviesan muchas niñas en el orbe.

En este espacio hemos abordado en varias ocasiones sobre la desigualdad que padecen las mujeres. Si esos fenómenos nos laceran como sociedad cuando se trata de una mujer adulta, el daño que se inflige tratándose de niñas y adolescentes es mucho mayor y nos debe mover a actuar, sobre todo si consideramos que la cadena de violencia, desigualdad y discriminación comienza desde la infancia.

La Declaración y Plataforma de Acción de Beijing, adoptada en en la 4ª Conferencia Mundial sobre la Mujer de 1995, reconocida por su importancia como la hoja de ruta para alcanzar la igualdad de género, ya se señalaba en un apartado expreso sobre La Niña, como a través de ser consideradas inferiores, se les priva del sentido de su propia dignidad, y como la discriminación y el descuido del que son objeto en la infancia, es el comienzo de una espiral descendente que durará toda la vida, en la que la mujer se verá sometida a privaciones y excluida de la vida social en general.

Esas solas consideraciones bastan para volver la mirada hacia nuestras niñas, para que desde temprana edad aprendan el valor que tienen como personas, iguales en dignidad y derechos que un niño y desarraigar en ellas esa falsa concepción de inferioridad y sometimiento.

Tras un cuarto de siglo de la Declaración y Plataforma de Beijing, lejos estamos de vislumbrar una mejor situación para las niñas en el orbe y en nuestro país. La Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del INEGI (ENOE 2015) reporta que 1 de cada 17 niñas de 5 a 14 años, y 1 de cada 9 de 15 a 17 años, abandonan la escuela para dedicarse a trabajos domésticos; frente a 1 de cada 45 y 1 de cada 70 niños, en los respectivos rangos de edad. Proporciones semejantes se observan en el rubro de abandono “por embarazo, matrimonio o unión y motivos familiares”, lo que se explica en los roles y estereotipos de género, que privan a las niñas de una educación, de mejores perspectivas de empleo, anulando toda oportunidad de una vida con plena autonomía.

Y si hablamos de violencia, la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares del INEGI (ENDIREH 2016), refiere que 38.2% de las mujeres de 15 años y más experimentaron algún tipo de violencia en la infancia: 32.1% violencia física, 18% violencia psicológica y 9.4% violencia sexual.

Datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, arrojan que las víctimas mujeres menores de 18 años del delito de feminicidio pasaron de 50 casos en 2015 a 95 en 2019.

Y, de acuerdo con el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas, de 2016 al 21 de agosto de 2020, de las 5,877 niñas, niños y adolescentes registrados, 3,452 son mujeres.

Cada una de estas cifras resulta alarmante, representa a niñas en nuestro país que están siendo privadas de sus más elementales derechos, de gozar de una infancia plena e, incluso, de la vida misma. Una realidad que nos indigna, ante la que no podemos cerrar los ojos y permanecer impasibles. Es responsabilidad del Estado y de toda la sociedad salvaguardar los derechos fundamentales de cada niña, de cada adolescente, aquí no cabe dilación alguna ni causa que la justifique.