29 de Marzo de 2024

La ruptura de las élites y el caso Anaya

Por Salvador García Soto

Un enfrentamiento tan frontal y visceral como el que sostiene el gobierno de Peña Nieto contra el candidato de Por México al Frente, Ricardo Anaya, solo puede tener origen en un rompimiento entre las élites del sistema político. Si Anaya fue durante mucho tiempo el opositor consentido del peñismo y tuvo una cercana relación con el canciller Luis Videgaray —de quien se dice que incluso lo financiaba en su ascendente carrera política— ¿qué fue lo que ocurrió para que se hayan roto los puentes y hasta los “pactos” que el hoy candidato presidencial investigado había hecho con el presidente y Videgaray en Los Pinos en aquella reunión secreta a la media noche del 20 de enero de 2017?

Una historia que confirman fuentes cercanas a la Presidencia de la República explicaría cómo fue el proceso de ruptura que llevó a la situación de encono y guerra total que hoy sostiene el grupo gobernante contra el candidato que ocupa el segundo lugar en las encuestas presidenciales. En realidad el rompimiento con Anaya es consecuencia de otra ruptura mayor: una entre el presidente Peña Nieto y el expresidente Carlos Salinas de Gortari, que se produjo a finales de 2016 y tuvo como origen el control de la sucesión presidencial que hoy está en marcha.

En noviembre de aquel 2016, cuando Claudia Ruiz Massieu fue integrada al Consejo Político Nacional del PRI junto con otros miembros del gabinete, arreciaron los rumores y versiones en columnas que veían en la entonces influyente canciller a una aspirante a la candidatura presidencial del PRI. La heredera del clan Salinas era impulsada por todo el grupo político de su tío, que la veía como la “opción” ante la debilidad que percibían de los prospectos del presidente Peña, tras la estrepitosa caída del secretario de Hacienda, Luis Videgaray, que había tenido que renunciar en medio del escándalo por la visita de Donald Trump en agosto de 2016.

Con su “hombre fuerte” fuera de circulación y noqueado políticamente, el grupo salinista creyó tener posibilidades de impulsar a la rutilante estrella que entonces acompañaba a Ruiz Massieu a la candidatura presidencial. Pero los movimientos del salinismo no gustaron para nada en Los Pinos, donde sintieron amenazado el control natural de la sucesión que le correspondía a Peña Nieto. Fue el mismo Videgaray quien regresó a la escena en aquel diciembre de 2016 para poner a trabajar a uno de sus “sabuesos”, el director de la Unidad de Inteligencia Financiera de Hacienda, Alberto Bazbaz, entonces bajo las órdenes del secretario José Antonio Meade. El encargo a Bazbaz tenía nombre y apellido: Emiliano Salinas Ocelli, el primogenito varón del expresidente Salinas, a quien comenzaron a investigar y a rastrear por transferencias financieras internacionales con su asociación In Lak Ech donde aparentemente había irregularidades.

Cuando el expresidente se enteró a principios de diciembre de 2016, por voz del propio Emiliano, que estaba siendo investigado por Hacienda y por el SAT por presuntas operaciones irregulares, de inmediato buscó contacto telefónico desde Londres con la oficina del presidente Peña Nieto; al no encontrar respuesta, el exmandatario viajó a México y pidió una audiencia directa con el presidente.

Cuando lo recibieron en el despacho presidencial, Peña no estaba solo: a su lado estaba Luis Videgaray y a la pregunta de Salinas de por qué investigaban a su hijo, le respondieron con documentos y seguimientos de transferencias que sustentaban la investigación del SAT. El mensaje era claro: no querían a Salinas metido en la sucesión y le pedían hacerse a un lado para dejar que el presidente decidiera quién sería el candidato del PRI.

La siguiente acción de Peña fue contundente: el 4 de enero, en medio de las protestas, disturbios y saqueos que arreciaban en todo el país por el “gasolinazo”, despidió a Claudia Ruiz Massieu de Relaciones Exteriores y para que no quedaran dudas resucitó a Luis Videgaray, su operador de mayor confianza. La cara de molestia y extrañeza de la defenestrada canciller fue motivo de múltiples análisis y comentarios, y con su salida la ruptura se hizo más que evidente. Al mismo tiempo para Peña crecía y se descontrolaban los saqueos en tiendas y centros comerciales de toda la República, con la irrupción de grupos perfectamente organizados que azuzaban a una población claramente enojada y molesta con el aumento de las gasolinas y su impacto en la inflación.

El rompimiento Salinas-Peña estaba dado, y lo que vendría después es lo que involucra directamente a Ricardo Anaya que cometió un grave error que hizo que en Los Pinos se prendieran las alertas y que el joven político que hasta entonces era visto como “amigo” y hasta como un posible “Plan B” del peñismo para la Presidencia, pasara a ser considerado un “traidor y mentiroso”, que le retiraran no solo el apoyo (incluso financiero) y que comenzara una cacería que hoy tiene al candidato del Frente a punto de ser acusado de ser parte de una red de lavado de dinero. Mañana contaremos cómo el acercamiento de Anaya con el expresidente Salinas lo volvió el enemigo número uno del peñismo.