1. Te aceptan como eres. Han sido testigos de todo acto de torpeza por el que hayas pasado en tus años adolescentes: brackets, acné, pelo por todo el cuerpo, y sí, conocieron a ese idiota que te rompió el corazón. Diez años después, con dientes más derechos, mejor piel, menos pelo en el cuerpo e (idealmente) un increíble novio, ellos siguen a tu lado para recordarte cuánto has crecido y lo lejos que has llegado.
2. Compartes una historia con ellos. No importa cuántas veces recuerdes tus aventuras de la infancia ("¿Te acuerdas de la vez cuándo?"), esas historias simplemente no envejecen.
3. Son como familia extendida. Tus padres los conocen y los tratan como si fueran sus propios hijos. Son las hermanas y hermanos que nunca tuviste, hermanos del alma de otra madre y sí, es totalmente normal llegar a su casa a cualquier hora y sin un motivo.
4. Siempre tiendes un sólido sistema de apoyo. Conocen tus debilidades, y te pueden dar un comprensivo e instantáneo análisis de por qué te sientes así. Aun cuando piensas que tienes todo resuelto, a veces, se necesita que alguien que te conoce de años, te mantenga cuerdo cuando atraviesas por una crisis.
5. Mantienen tus valores e ideas en orden. Muchas cosas pueden cambiar después de la preparatoria y universidad. Por eso es importante tener a tus mejores amigos cerca, para mantenerte motivado y congruente a los valores que has construido en tu vida. Son la clase de amigos que te recordarán tus ideales, y no te seguirán la corriente si ven que te conviertes en alguien que no eres.
