22 de Septiembre de 2024

El ocaso de un danzante

Después de dedicar su vida a los bailes regionales, don Julio García sobrevive de las propinas que le aportan los viandantes

MA. CELIA ÁLVAREZ

 

Hace más de medio siglo que aprendió a bailar, cuando tenía 12 años de edad, y participaba en representaciones de “Guaguas” y “Negritos”, así como en exhibiciones de “voladores” papantecos, compartiendo su arte con diversos públicos tanto en las fiestas patronales como otros eventos comunitarios. Cercano ya a las siete décadas, don Julio García Martínez continúa haciendo lo que le gusta y lo que ama, pero ahora sin aplausos y a cambio de las magras propinas que en ocasiones le aportan los viandantes.

Hijo de papantecos, don Julio nació en la localidad de El Águila, en el municipio de Tihuatlán, donde ha residido siempre. Allí le enseñó a danzar un pariente y a eso se dedicó toda la vida. “Pero ya no puedo danzar ni trabajar, por la edad; cuando me retiré del baile, hace muchos años, porque ya no podía como cuando era joven, pues anduve un tiempo chapeando para ganarme los centavos, pero ahora tampoco puedo y por eso vengo, así, a ver si saco aunque sea lo de la comida del día”, indica el hombre de rostro curtido y mirar cansado, quien porta un tamborcito y una flauta como herramientas de trabajo, así como un traje típico de los danzantes papantecos.

Explicó también que una vez por semana viene a Tuxpan, aunque también visita seguido Poza Rica y Naranjos, y va desgranando por las calles sus notas alegres de huazanga, puenteado, granada y escopeteado, mientras ejecuta lentamente algunos pasos de danza. Sus lugares preferidos son las plazas y lugares concurridos, donde espera que los ciudadanos le obsequien algunas monedas. Es su único modo de sobrevivencia, asevera, y gracias a ello mantiene a su esposa, de edad similar, quien en ocasiones sale a vender fruta para ayudarle a completar el gasto cotidiano.

Aunque ambos carecen de pensión como adultos mayores y también de seguro médico, enfatiza que no necesitan nada más que unos 100 pesos diarios, que destinan para la comida y otros gastos domésticos; sus hijos, uno de 38 y otro de 40 años, emigraron hace tiempo a otras entidades de la República, en busca de mejor vida, y pocas veces les traen de visita a sus seis nietos, a quienes don Julio desea transmitirles su sapiencia como danzante, aunque por el momento con pocos resultados. “Les gusta bailar, yo les enseño, pero no pueden aprender”, asevera, con gesto preocupado.