18 de Mayo de 2024

MÉXICO EN TINIEBLAS

HÉCTOR DE MAULEÓN

“México sin electricidad sería un infierno de desesperación”, se leía en el periódico El Imparcial el 24 de mayo de 1909. La capital del país se hallaba en una seria crisis. Cuatro días atrás había ocurrido un accidente en la presa de Necaxa, que surtía de energía a la mayor parte de la ciudad. Ese accidente fue definido por las autoridades porfirianas como “imprevisto, inesperado, fortuito”.

La vida en la metrópoli se paralizó. Las fábricas y algunos periódicos, “por carecer de fuerza motriz”, suspendieron sus labores; cuatro mil obreros dejaron de trabajar —y, por tanto, de cobrar— y numerosos tranvías de la ruta Juárez-Loreto, así como de La Viga, Guerrero y San Rafael, quedaron varados en las calles.

Los pocos que lograban continuar, aprovechando la pobre energía eléctrica que procedía de las plantas de Nonoalco, San Ildefonso, la Verónica y San Lázaro, lo hacían con un paso de tortuga.

El apagón duró varios días. Sin hallar solución al problema, las autoridades recomendaban reducir el consumo de electricidad, sobre todo entre las 7 y las 10 de la noche, hora en que todos los focos de casas, oficinas y comercios se hallaban encendidos.

En una crónica fantástica, “La ciudad en tinieblas”, Luis G. Urbina había descrito esos bruscos apagones que le hacían recordar a la gente “una cosa formidable: la noche”.

“Vivíamos sin preocuparnos de la sombra”, escribió Urbina, “y sucedió que de pronto nos sobrecogió el espanto”.

Durante esas noches, los escaparates y las puertas de las casas comerciales habían dejado de brillar, las calles naufragaron en la oscuridad y solo unos cuantos atrevidos se atrevían a recorrerlas. Como decía Urbina, parecía que los edificios, apagados, “se morían de angustia”. En algunos tramos era imposible ver más allá de dos metros.

Al tercer día de parálisis, de letargo, de hemiplejía “en la ciudad fantasmática”, un redactor de El Imparcial imaginó lo que iba a ocurrir si la situación se prolongaba y en la capital había “un retroceso de siglos”. “El alma de las ciudades modernas es el fluido portentoso”, escribió: si la ciudad se llegaba a quedar sin alma, “la bestia que dormía en todo ser humano va a despertar rugiendo”.

Lo primero que ocurriría era que los tranvías quedarían clavados en las calles y estas se llenarían de pasajeros ansiosos de llegar a su destino. Algunos tomarían carruajes y coches de alquiler. Otros alquilarían bicicletas “a precios exorbitantes”. Quienes vivían en Churubusco, Coyoacán y La Ladrillera tendrían que buscar canoas para volver a sus casas a lo largo del canal de La Viga.

Se verían hordas de transeúntes rumbo a Tacuba y San Ángel. Solo la luz de las estrellas caería sobre la ciudad y al avanzar la noche a la gente le invadiría un pánico cada vez más angustioso.

Se vendería medio millón de velas en un instante. La gente recorrería las tiendas buscando petróleo, ocote, aceites, grasas. Los mil 300 coches que había en la ciudad no podrían surtirse de gasolina.

En un solo día comenzarían a faltar el pan, las tortillas. Una simple “bola de masa” costaría ¡dos centavos! Ante la parálisis de producción y el incremento de la demanda, se dispararían los precios.

Los acaparadores harían su agosto, la especulación extendería sus tentáculos de hidra y el descontento estallaría, primero, en las zonas populares.

Pronto los comercios serían saqueados. Turbas ebrias, frenéticas, se lanzarían sobre pulquerías y vinaterías. “No hay gaseosas, ni habrá cigarros. Dentro de 24 horas México no fumará, pero esas son trivialidades junto a los temores que se gestan en las sombras”, escribió el redactor.