3 de Mayo de 2024

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Desde hace años, el congreso estadounidense está enfermo de polarización. Aunque los votos con participación bipartidista no son tan inusuales, encontrar legislación que convoque el respaldo de la mayoría de los dos partidos en la Cámara de Representantes es muy infrecuente. No se trata solo de diferencias ideológicas. Con el paso de los años, los incentivos electorales para la clase política estadounidense, sobre todo para el partido republicano, se han desplazado hacia los márgenes. No es políticamente redituable para un congresista republicano adoptar posiciones moderadas. Acercarse al partido rival es considerado un símbolo de debilidad.

La enfermedad de polarización se ha recrudecido con la intransigencia casi absoluta del ala trumpista que utiliza la influencia política de Trump como guadaña. El congresista que se atreva a desafiar la voluntad de Trump corre el riesgo de perder su puesto en el Congreso. Así le ocurrió, por ejemplo, al antiguo líder de la mayoría republicana, Kevin McCarthy. La rebelión contra McCarthy fue histórica y debió servir como una muy clara llamada de atención: o te alineas detrás de Trump o se acaba tu carrera política. No hay matices.

Por eso es tan extraordinario lo ocurrido en la última semana en Washington, donde el nuevo líder de la mayoría republicana en la Cámara Baja, el conservador Mike Johnson, optó por desafiar no solo al ala trumpista y al propio Trump, sino a toda la esfera pro-Putin que domina una parte importante de la opinión pública afín al partido republicano.

Después de haberse negado por meses a considerar un paquete de ayuda a Ucrania, que poco a poco ha ido perdiendo terreno en su guerra contra Rusia, Johnson reconsideró y encabezó una notable batalla política para aprobar, con el apoyo de la mayoría de los demócratas y alrededor de la mitad de la bancada republicana, un ambicioso paquete de respaldo multimillonario para Ucrania.

El cambio de opinión de Johnson es notable por muchas razones. La primera de ellas es que el líder republicano decidió escuchar y validar el diagnóstico de las instituciones estadounidenses, que le compartieron la evidencia del rumbo de la guerra de Ucrania y de las posibles consecuencias fatales de negarle apoyo al régimen de Zelensky en su batalla contra la maquinaria salvaje y homicida del dictador Putin.

A diferencia de la moda trumpista (y de otros lugares) que opta por rechazar la evidencia y la opinión de los expertos al mismo tiempo que recurre a sus “propios datos” y a la teoría de la conspiración, Johnson atendió las recomendaciones de aquellos con mayor conocimiento y experiencia que él en el tema. Es un acto de respeto al momento histórico.

El acto de valentía de Johnson también es relevante porque, en la práctica, podría costarle el puesto. Congresistas afines a Trump ya han anunciado que tratarán de introducir una moción para removerlo como líder. Johnson ha respondido que no le importa. “La historia nos juzga por lo que hacemos”, dijo Johnson durante una conferencia de prensa. “Podría tomar una decisión egoísta y hacer algo diferente, pero estoy haciendo lo que creo que es correcto”.

En su claridad moral, las palabras de Johnson podrían servir como una definición de lo que idealmente es el servicio público. No se trata de utilizar un cargo para el enriquecimiento personal o asumir que todas las decisiones deben ser transaccionales. Alguien que ha ganado un cargo de elección popular se debe, antes que nada, a la defensa del interés común de la gente que representa en su distrito, municipalidad o estado y, acto seguido inmediato, del país. Esa es la definición de servicio que optó por defender Johnson.

En los últimos días, Johnson les explicaba a sus colegas que, en la batalla ucraniana contra Rusia, quería estar del lado correcto de la historia. Lo consiguió, dando un ejemplo de altura parlamentaria y valentía política. Quizá le cueste el puesto. Pero la historia ya está escrita.