10 de Mayo de 2024

MORIR EN CASA

HÉCTOR DE MAULEÓN

“Prácticamente no hay lugar ni en

los hospitales públicos, ni en privados”

Es otra historia. Finalmente, una historia más.

El 8 de diciembre de 2020, a las 19:10, Olga retuiteó un mensaje del presidente López Obrador y de la jefa de gobierno Claudia Sheinbaum: “Vamos a ampliar el número de camas, equipos, doctores, enfermeras, para que a nadie le falte la atención médica y de calidad”.

Y comentó: “¿De qué sirve @Claudiashein @lopezobrador_ @HLGatell que [los enfermos] vayan a los hospitales y clínicas si están saturados? No hubo lugar para mi papá. Hoy ya descansa en paz”.

El 30 de noviembre la Ciudad de México rebasó el límite de hospitalizaciones por Covid-19 que estableció el gobierno de Claudia Sheinbaum para regresar al semáforo rojo. El 24 de julio, la jefa de gobierno había afirmado que, si llegaban a ocuparse 5 mil 127 camas en la Zona Metropolitana del Valle de México, la ciudad entraría nuevamente en dicho semáforo y tendría que permanecer así durante varias semanas.

El 30 se informó que había ya 5,174 camas ocupadas, de las cuales 3 mil 838 correspondían a la Ciudad de México. Aunque la jefa de Gobierno modificó su opinión, y dijo que para mover el semáforo había, además del número de camas, otros indicadores, en los sucesivos mensajes que envió a la población no pudo ocultar la urgencia, la preocupación inmensa que la aquejaba.

La ciudad llevaba casi un mes sin que bajara de tres mil el número de hospitalizados y casi diez días con 900 intubados, cifra que no había regresado desde junio. Había 211 mil 007 contagios reportados y 17 mil 686 defunciones por COVID-19.

Detrás de esos números había historias. Tragedias y vidas.

El arquitecto Jorge Murguía, de 82 años, se enfermó en esos días en que repuntaban los contagios. Había pasado nueve meses en confinamiento casi absoluto: solo iba al IMSS por medicinas (tenía antecedentes de cáncer) y la única salida de la familia era estrictamente al súper, para comprar comida. El virus lo atrapó a él, a su esposa y a una de sus hijas. Ellas tuvieron síntomas fuertes. Él parecía asintómatico.

Tuvieron asesoría médica virtual y se apegaron a los protocolos del caso.

De un día para otro la oxigenación del arquitecto bajó drásticamente “y todo se vino como un tsunami”. La familia llamó al 911 el sábado 5 de diciembre. Llegó una ambulancia cuenta Olga: “Nos dijeron desde el principio que no había lugares y que el traslado dependía de que algo se desocupara”.

Los paramédicos entraron a valorar al arquitecto en tanto Olga se quedaba en la calle, imposibilitada de entrar a ver a su padre.

Los paramédicos le plantearon al arquitecto “un panorama terrible, lo asustaron, le dijeron que si se lo llevaban no iba a tener oxígeno porque en los hospitales no hay para todos, que rolan el cilindro entre los pacientes y que hay un doctor por cada 15 personas, que no hay medicamento, que no se dan abasto”.