10 de Mayo de 2024

La fiesta inolvidable de TV Azteca

 

Ángel Álvaro Peña

Como si el Coronavirus reconociera los privilegios o hiciera inmunes a los famosos y ricos, la fiesta del empresario Ricardo Salinas Pliego se llevó a cabo sin vergüenza por haber evadido al fisco y sin cubrebocas.

Una clase media que se cree inmune a todo, incluyendo a la justicia y la legalidad, reta a su destino creyendo que han dejado de ser humanos y han arribado al mundo de los dioses y la pandemia no les afecta.

La fiesta que exhibieron los conductores de TV Azteca muestra la distancia que tienen no sólo con la realidad, sino con la gente a la que dicen informar.

Retomando la frase de Emilio Azcárraga Milmo que cimentó la televisión mexicana: “México es un país de una clase modesta muy jodida, que no va a salir de jodida. Para la televisión es una obligación llevar diversión a esa gente y sacarla de su triste realidad y de su futuro difícil”. La televisora privada, arrancada de sus propietarios originales a golpe de demandas, amparos y trampas legaloides, sigue ese esquema viendo a su público -el que los mantiene vigentes- con un gran desprecio y a una distancia considerable.

Todavía hay personas que les siguen como si se tratara de personajes razonables, y es ahí donde radica el peligro, porque pueden parecer como los inmortales que no usan cubrebocas y siguen su ejemplo.

Los ven sentados uno junto al otro sin contagiarse, a pesar de que el propietario de la televisora ha maltratado a los mexicanos como pocos empresarios en la historia del país.

Ricardo Salinas Pliego obligó a sus trabajadores a asistir a las tiendas Elektra, a pesar de que debían aislarse, despidió sin indemnización a más de 1,800 músicos en todo el país que conformaban uno de sus orgullos: la Orquesta de la Fundación Azteca, que daba clases de música a lo largo y ancho del país, instruyó a su lector de noticias nocturno a rechazar las medidas de protección contra el Covid-19, entre otras muchas virtudes de este lobo fifí que dice tener piel de partidario de la 4T.

Hay una parte de la clase media alta que la única manera que tiene de protestar es desoyendo las recomendaciones del sector salud, como si esto les asegurara que no se van a contagiar. El problema no sólo es que sí se contagian, sino que contagian a otros y no sólo de inconciencia estulticia sino de Covid-19.

La burla de un poderío puede convertirse en una epidemia dentro de sus filas en donde nadie en realidad tiene trabajo seguro, de eso deben estar convencidos.

El ejemplo de conciencia y civilidad lo pusieron en nuestro país los peregrinos de la Virgen de Guadalupe, quienes, a pesar de la fe, que algunos desde la comodidad de su posición consideran fanatismo, fueron más inteligentes que quienes prefieren celebrar con el jefe antes de cuidar su salud y su vida. Al jefe se le obedece ciegamente.

Los fifís que orientan a la sociedad desde la pantalla chica, cada vez más pequeña, profesan el culto a la personalidad de su patrón. El verdadero pueblo sabe que en libre albedrío está su salud y su vida; los otros, creen que su jefecito todo les solucionará, por el simple hecho de ser famosos, pero en realidad todavía no se dan cuenta de que son mortales.