2 de Mayo de 2024

 

Todas sufrimos violencia.

Claudia Viveros Lorenzo

Tener un titulo doctoral y escribir dos libros no te hace inmune a la violencia. En esta sociedad del siglo XXI por increíble que parezca las mujeres vivimos sorteándola a cada paso que damos. El patriarcado tiene escrito en letras de oro que nosotros somos las culpables y ante eso, debemos luchar cada día de nuestras vidas, todas aquellas que nacimos mujeres. Me he divorciado dos veces, de dos hombres “estupendos”, el primero me llamaba “gorda”, desde que fuimos novios, yo pesaba 54 kilos, con 1 metro con 62 centímetros de altura,  a los  17 años, ese era su apelativo de cariño, lo chistoso es que yo, aunque no soy la más delgada, siempre he sabido mantenerme de una y otra forma, y él ha llegado a pesar hasta 100 kilos, y siempre ha tenido problemas con el sobrepeso.  El segundo exponía su amor por mi por todo lo alto, me llamaba el “amor de su vida” pero siempre mantuvo citas a escondidas con su exnovia y con cuanta mujer buscaba por redes sociales, o amigas del trabajo, o prostitutas y al verse sorprendido lloraba como niño y pedía perdón, cocinándome los mas deliciosos platillos y remendando los pantalones de mis hijos (que no son sus hijos) y personificando al marido perfecto. Yo también he sufrido violencia. Ser una cabeza pensante, no es impedimento para ser una víctima. La sociedad encubre y “suaviza” los latigazos de tal manera que muchas veces, he llegado a pensar que quizás yo he exagerado o yo he sido la violenta. Desde niña me educaron con mucho cuidado, recuerdo que cuando tenía aproximadamente 5 años (y lo recuerdo perfecto) saliendo del cine que estaba en la calle Díaz Mirón y Altamirano, vi salir a un cadete de la Heroica Escuela Naval, enfundado en su faena de gala, llevando del brazo a una chica y me llamó tanto la atención que se me ocurrió decirle a mi mamá que me llevaba a mi de la mano, que de grande, quería casarme con alguien como él, a lo que mi mamá respondió: “que para que un chico como ese se fijara en mí, debía ser una muy buena señorita”. Ja! Una “buena señorita” para “merecer un gran hombre”. Tengo amigas que pintan matrimonios felices, encumbrados de infidelidad y faltas de respeto a mil, pero les encanta sentirse las “señoras” con familia feliz y ahí siguen en su infierno maquillado.

De jovencita me encantaba usar minifalda y no me faltó vivir la escena de tener que enfrentar a un enfermo tocando sus partes íntimas cerca de mí, pero cuando lo contaba en mi casa, me decían que era mi culpa por vestir como vestía.

Siempre me gustó estudiar y conocer, tenía sueños. Cuando cumplí 15, me forzaron a vestirme de muñequita de pastel y bailar un vals, aunque mi ilusión era viajar por el mundo, pero en casa, se decidió gastar el dinero en una fiesta por todo lo alto, en lugar de pagarme un billete de avión para ir a Europa. Para cuando cursé la universidad, ya me había encontrado al Cadete de “mis sueños” y aunque obtuve el segundo lugar de la generación en excelencia académica, nadie me tomaba muy enserio, pues algunos maestros, decían que era una MMC (mientras me caso). El cadete era un novio envidiable. Y sí, me casé de 22, y a los 24 tuve mi primer hijo con el militar, mi mamá decía que ya estaba muy vieja y que me estaba tardando. Casi 5 años después tuve mi segundo bebé, dentro de un matrimonio monótono, donde mi espectacular marido, siempre me pedía que no intentará “ponerme a su nivel”. La historia parecía perfecta, no me faltaba nada económicamente, pero el requisito era ser muñeca de aparador, esperar y esperar a que el regresara de algún curso o encomienda, bordar, hacer repujado, jugar naipes y platicar mensualmente en los desayunos de señoras, de las proezas de mi esposo y sus últimos ascensos, o de cuando me cambiarían el auto por uno más nuevo y caro,  y de lo sanos que eran los niños. No se hablaba de trabajo, de estudio, vaya ni de las noticias del día, porque para qué… si el sueldo seguro estaba y debía sentirme afortunada de vivir en esa espectacular esfera.