- Aficionados tricolores comenzaron a abandonar Qatar
Agencias
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Cuando las emociones navegan en sólo unas horas de la ilusión a la esperanza y en minutos caen en la decepción, no hay otro camino que transitar hacia la furia y la tristeza. En el futbol pasa más de lo que quisiéramos, en realidad. Le pasó a la cabizbaja afición mexicana en el estadio Lusail tras la eliminación mundialista.
En sólo dos días, la Copa del Mundo 2022 se quedó sin nada qué ofrecer futbolísticamente a las tres aficiones más numerosas en Doha: La de casa, la de Arabia Saudita y la de México.
Para nosotros, es difícil distinguir a las dos primeras, a no ser de cerca y por los colores. A los mexicanos, sin embargo, los reconoce cualquiera a la primera. Son los ruidosos, me dice un ecuatoriano en el Metro. Pero son más que eso. O eran, porque la mayoría se marcha tras la eliminación.
Porque ruido hacen todos. Lo hacen los árabes en el Metro adoptados por empatía o parentesco por los qataríes. Lo hace la batucada brasileña. Ruido de los europeos que impostan la voz para que suene más grave el canto. Como para intimidar.
A los mexicanos el ruido no les alcanza. Tampoco las gorras y bufandas de las otras aficiones. Hay que destacar. Si los argentinos se pintan la cara, nosotros nos ponemos máscaras. Si los gringos traen pelucas, nosotros sombreros, los más grandes. Y si el mundo se pone la playera de su equipo, hay que ponerlos la nuestra… y encima un sarape, unos moños, una capa, un penacho, un turbante o un disfraz de dinosaurio. Y el ruido… con unas manitas aplaudidoras.
En el Metro, La Corniche, La Perla, West Bay o Katara transitaron en las últimas dos semanas mexicanos caracterizados de aztecas, adelitas, catrinas, luchadores, charros, caballos y un burro; un horny donkey que se toma fotos mientras rebuzna y se pega lascivamente a la gente.
Fuera del estadio Khalifa me sorprende ver lo mucho que ha subido de peso el Chapulín Colorado desde que dejó la televisión. En el Lusail, los Huevos Compadres de la película mexicana de animación le enseñan a la Selección Mexicana lo que se necesita para ganar. Un michoacano vestido de revolucionario es la sensación con sus carrilleras cargadas de chiles japaleños.
Los otros aficionados les piden fotos a los mexicanos. Y si no les piden, ¡al carajo! se meten a las que se están tomando otros, aunque no los llamen. Y abrazan sin permiso y ríen sin vergüenza por la libertad e inmunidad que a veces da moverse con las masas.
Se hace lo necesario, pues, para decir sin decir, para gritar y declararse dueños absolutos del desmadre.
Los cánticos argentinos tienen algo siempre emotivo. Y los cantas, ¡cómo no! Como esas canciones de amor que te desgarran la garganta, aunque no te vaya la historia. Por puro compromiso poético.
“En Argentina nací, tierra de Diego y Lionel / de los pibes de Malvinas que jamás olvidaré / no te lo puedo explicar, porque no vas a entender / las finales que perdimos cuántos años las lloré”.
Emociona, claro. Aunque nosotros sólo perdamos finales de Copa de Oro. Pero los paisanos no se conforman con cantar. Cielito Lindo es el himno adoptado y se entona con emoción. Pero luego hay que hacer más. Hay que jugar a la víbora de la mar en el metro o poner a los árabes a bailar Payaso de Rodeo, o retarlos a probar los toques, esa tradición de las cantinas mexicanas que los extranjeros no logran entender, como si causar daño físico a uno mismo y a los demás para reírse necesitara explicación.
Todo ese color se va con México y Qatar lo va a extrañar. Habrá paisanos en Doha los siguientes días y noches, sin duda, pero en grupos reducidos, fuera de esa masa verde que hacía reír a los voluntarios, que intercambiaba sombreros de charro por turbantes y que se fue triste del Mundial. Que regresará para el próximo, en casa, con la misma fe en su equipo, aunque no se lo merezca. Por puro orgullo. Mucha afición, mucho ruido y mucho desmadre para tan pocas alegrías.