De Rusia y Ucrania: ¿con calma?
JEAN MEYER
Con calma, no es posible cuando los tanques rusos entran en Ucrania, cuando misiles rusos golpean doce ciudades y destruyen los aeropuertos de Ucrania. Sin embargo, el de la pluma intenta guardar sangre fría a la hora de informar y opinar. Seguí al día lo que pasaba en la Unión Soviética desde la tragedia de Chernobyl y el inicio de la perestroika; con la misma atención, registro lo que pasa en Rusia y en Ucrania desde la desaparición de la URSS. ¿Por motivos académicos? Ciertamente, pero más bien por el afecto que, desde chico, siento por ambos países.
¿Puedo entender la pulsión bélica que anima a Putin? Sí, a pesar de que la catástrofe que desató me afecta profundamente. En 1990, 16 meses antes de “la mayor tragedia del siglo XX”, el fin de la Unión, en palabras de Vladimir Putin, Alexander Solzhenitsyn propuso disolver el imperio y dar su independencia total a las tres repúblicas bálticas, las tres del Cáucaso, las cuatro de Asia Central y Moldavia. “Nuestro problema, dijo él, es Rusia, la vieja Rus’ que unía a todos los rusianos (pequeño rusiano, gran rusiano, rusiano blanco), que empezó a llamarse Rusia en el siglo XVIII y cuyo verdadero nombre debería ser “Unión rusiana”.”
Luego toca la cuestión de Ucrania (“pequeña Rusia”) y Bielorrusia (la blanca), recordando que él, del lado materno, es ucraniano y que quiere profundamente a Bielorrusia: “Creo en la Unión rusiana. Todos provenimos de la preciosa ciudad de Kiev, de donde nos llegó el cristianismo. Sí, es doloroso y vergonzoso recordar los decretos sobre la prohibición de la lengua ucraniana. Si el pueblo ucraniano desease realmente independizarse, nadie debería retenerlo por la fuerza. ¡Hermanos! Hay que evitar tan cruel división porque se trata de una ofuscación de los años del comunismo. Hemos sufrido juntos, sumidos en el mismo foso, y juntos saldremos de él.” Así hablaba proféticamente el gran Alexander.
En cuanto a Vladimir Putin, ningún amor para los ucranianos que desprecia y califica de “nazis”, a pesar de machacar desde 2004 que Ucrania y Rusia forman una misma nación; dijo y repitió que Stalin le quitó justamente a Polonia la Ucrania occidental, que Gorbachev perdió a la Ucrania toda y que él, Putin, la ganará de vuelta (sin que eso implique anexión total). ¿Por qué? Porque, como todos los niños soviéticos, desde la escuela primaria, escuchó que Ucrania era la “pequeña Rusia” y que Kiev (Kyiv dicen los ucranianos) había sido en la alta Edad Media la cuna de la rusidad, equivalente de nuestra mítica Aztlán. (Si les extrañan las palabras “rusiano” y “rusidad”, vean el número 85 de la revista Istor, dedicado a la nueva historia de Rusia, armado por rusos y ucranianos). Otro argumento histórico rezaba y reza todavía en Rusia que la mejor prueba de que Ucrania es parte integrante de Rusia, es la ausencia de un Estado ucraniano independiente a lo largo de los siglos, hasta aquel fatal diciembre de 1991, cuando, en el bosque nevado, los tres presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia, tres traidores según Putin, decidieron disolver la URSS.
La diferencia esencial entre Solzhenitsyn y Putin es que el primero quería liberar a Rusia del fardo del imperio, conservando la unión de los rusianos, mientras que el segundo cree que la grandeza de Rusia no puede ser si no es imperial. ¿Dónde empieza y donde termina Rusia? La pregunta no es broma, va en serio. Rusia, antes de la navidad de 1991, jamás vivió como Estado-nación, sobre el modelo francés de 1789, sino siempre como el centro rector de una nebulosa llamada “imperio”, un imperio en expansión constante desde la toma de Kazán por Iván el Terrible, hasta la toma de Koenigsberg, hoy Kaliningrad, por Stalin. Putin le teme, desde 2004, desde la llamada “revolución naranja”, al posible contagio con una Ucrania democrática; además ve a Ucrania como un portaaviones estadounidense justo en frente de Rostov, como la vanguardia de la OTAN.
Esa mezcla de sentimientos, pasiones encendidas por los mitos nacionales, con la fría y calculadora razón política y, por lo tanto, estratégica, explica la ofensiva permanente que el presidente Putin ha lanzado contra Ucrania, desde 2004. La invasión militar y anexión de Crimea, el uso de paramilitares separatistas en los distritos orientales de Donetzk y Luhansk, declarados “independientes” el lunes y ahora la invasión de Ucrania, son consecuencias de la visión que tiene de Rusia y del lugar que debe ocupar en el mundo. ¿Se contentará el ogro con unos bocados? “Comer y rascar, el trabajo es empezar.”