El Relámpago en el Horizonte
En la madrugada del 20 de noviembre de 1910, los cielos sobre San Juan del Río parecían en calma. Sin embargo, una luz inusual cortó la negrura del horizonte. Era un destello violento y breve, como si un relámpago hubiera caído sin aviso ni tormenta. La luz fue vista por campesinos insomnes, por revolucionarios en marcha, e incluso por un hombre de rostro severo y bigote frondoso: Emiliano Zapata.
Zapata, quien había pasado la noche planeando una incursión en una hacienda cercana, salió de su tienda de campaña. Sus hombres, curtidos por años de injusticias y batallas, lo miraron con inquietud.
—¿Un presagio, General? —preguntó Eufemio, su primo menor.
Zapata no respondió de inmediato. Sus ojos estaban clavados en el cielo.
—No lo sé, pero esto no es normal. Prepárense. Algo grande está por venir.
A kilómetros de ahí, Pancho Villa cabalgaba con sus Dorados en dirección a Torreón. Su rostro siempre animado se tornó serio cuando uno de sus vigías señaló un objeto brillante que descendía lentamente hacia el horizonte. Era metálico y emitía un zumbido extraño.
—¡Mi General! Parece como si algo hubiera caído del cielo.
Villa desmontó de su caballo y tomó sus binoculares. A través de ellos, pudo distinguir un artefacto nunca antes visto: una estructura ovalada, brillante como la plata, y que parecía flotar sobre el suelo.
—¿Un tren? —preguntó uno de sus hombres.
—No —dijo Villa, guardando los binoculares—. Esto no es obra de ningún hombre. Vamos a investigar.
Cuando Villa y sus hombres llegaron al lugar, encontraron el artefacto semi enterrado en la tierra. Tenía inscripciones extrañas en su superficie, líneas curvas que ningún revolucionario reconocía.
—¿Qué hacemos, mi General? —preguntó Fierro, su leal compañero.
—Primero, asegurémonos de que no sea una trampa de los federales. Rodeen el lugar.
Villa no sabía que, al mismo tiempo, Zapata y sus hombres también se dirigían hacia el objeto, habiendo visto el mismo resplandor desde el sur. El encuentro entre ambos caudillos era inevitable.
Al amanecer, las tropas de Villa y Zapata se encontraron frente al artefacto. La tensión era palpable. Los hombres de ambos bandos se apuntaban con rifles, pero los líderes mantenían la calma.
—Zapata —dijo Villa, desmontando de su caballo—. No esperaba verte aquí.
—Tampoco yo a ti, Pancho. ¿Qué es esta cosa?
Ambos hombres se miraron con desconfianza, pero su atención fue interrumpida cuando el artefacto comenzó a emitir un sonido agudo. Una puerta se abrió, revelando un interior lleno de luces y maquinaria que ninguno de ellos podía comprender.
De la puerta emergió una figura humanoide, alta, de piel gris y ojos negros como el abismo. Los hombres retrocedieron, algunos apuntando sus armas, pero Zapata levantó la mano.
—¡No disparen!
El ser levantó un brazo, mostrando una esfera luminosa que proyectó imágenes en el aire. Eran escenas de destrucción: hombres matándose entre sí, ciudades en ruinas, y finalmente, el planeta Tierra reducido a cenizas.
—¿Qué significa esto? —preguntó Villa, apretando los puños.
El ser no habló, pero señaló a ambos líderes y luego al horizonte, como si les estuviera indicando algo.
Durante horas, Zapata y Villa discutieron en privado, tratando de interpretar el mensaje del extraño visitante.
—Creo que nos está advirtiendo —dijo Zapata—. Si seguimos en guerra, acabaremos destruyendo todo.
—Tal vez —respondió Villa—. Pero la guerra es necesaria para la libertad. ¿Cómo hacemos la paz cuando nuestros enemigos nos quieren muertos?
El ser no emitió una sola palabra, pero al final del día, el artefacto volvió a ascender al cielo, dejando a los dos caudillos con más preguntas que respuestas.
Por un breve tiempo, Villa y Zapata forjaron una tregua, compartiendo información y evitando enfrentamientos entre sus tropas. Sin embargo, la desconfianza y las tensiones internas pronto los separaron de nuevo.
Años más tarde, cuando ambos líderes habían caído y la Revolución se había desmoronado en luchas de poder, los hombres que sobrevivieron y estuvieron allí aquella noche hablaron del artefacto y del extraño ser. Algunos lo vieron como un presagio divino, otros como una advertencia que nunca entendieron del todo.
Cien años después, en los archivos de un museo en Ciudad de México, un historiador encontró un objeto extraño entre las pertenencias de Emiliano Zapata: un pequeño disco metálico con inscripciones desconocidas. Nadie pudo explicar su origen, pero algunos dijeron que era prueba de que, durante la Revolución Mexicana, algo más que los hombres había luchado por el destino de la Tierra.