Los incomprensibles códigos de la guerra
SARA SEFCHOVICH
Con la guerra en Ucrania, varios analistas se han preguntado por qué a Putin y a quienes lo rodean (funcionarios, parlamentarios y oligarcas), no les hacen mella las amenazas de los gobiernos europeos y estadounidense ni las peticiones de artistas, músicos, escritores y ciudadanos de todo el mundo (incluidos rusos), para evitar primero y detener después su contienda.
Que no lo puedan entender, tiene que ver con que no entienden el código cultural de los rusos. La estudiosa Anne Applebaum dice que si alguien cree que los líderes rusos pueden ser convencidos con la diplomacia o la negociación, o si alguien cree que les importa lo que piensen de ellos afuera (eso que en Occidente se considera la buena reputación), se equivoca, pues su manera de pensar pasa por otros parámetros.
Por eso es tan importante conocer la cultura del otro antes de acercarse a él o de amenazarlo o de tratar de convencerlo. No entender los códigos culturales diferentes ha llevado a Occidente ha cometer enormes errores con los terroristas y con gobiernos como el Sirio. El más reciente: las exigencias a Líbano de formar un gobierno según sus parámetros de democracia. Como escribió Umberto Eco, es necesario que “el discurso y su decodificador entiendan lo mismo” y esto no está sucediendo.
El periodista Jon Lee Anderson da un ejemplo de esta incomprensión con Afganistán. En una entrevista con un líder Talibán de los que tomaron el poder después de la salida de las tropas norteamericanas, le dijo lo siguiente: “Lo que nosotros estamos haciendo es una revolución blanda. Durante veinte años luchamos por liberar a nuestro país de los extranjeros, para que los afganos tuvieran un gobierno elegido por ellos. Ahora por fin lo tenemos, hemos podido quitar a los corruptos del gobierno y nos encaminamos a un cambio positivo”. Sin embargo, esto no lo ven así los occidentales, que les han retirado apoyo económico y han congelado sus dineros.
Pero, y es el tema del código a que me refiero, cuando le dicen esto a los occidentales, ellos ven las cosas de otro modo. En su opinión, entre más el pueblo esté en aprietos, va a rebelarse y quitar a esos líderes. Eso dicen los parientes de las víctimas del atentado contra las torres gemelas de Nueva York y lo dicen los europeos respecto a Rusia: “Los rusos deberán tomar el Kremlin como La Bastilla. El sátrapa deberá ser expulsado y condenado,” escribió un lector al diario El País.
No se dan cuenta de que eso no va a suceder. Ni los afganos ni los rusos van a actuar de la manera como se supone en Occidente que deberían hacerlo. En Afganistán la población calla o busca huír del país, en Rusia las protestas contra la guerra han sido reprimidas y se amenaza con cárcel a quien divulgue una narrativa diferente a la del gobierno respecto a Ucrania.
¿El resultado entonces será que millones de seres humanos van a sufrir por causa de esta idea occidental de que se debe castigar a los ciudadanos por las decisiones de sus gobiernos, para que “se deshagan” de sus dirigentes? No nos quepa duda de que así será. Ya lo estamos viendo con el hambre que están pasando los afganos y con las dificultades que están viviendo los rusos. Es lo mismo que ya vimos en Irak, en Siria, en Venezuela, en Cuba. La idea occidental de congelar fondos, de imponer sanciones y hacer boicot no detiene a los líderes, pero afecta brutalmente a los ciudadanos.