América Latina y la Cumbre de las Américas
LEONARDO CURZIO
En junio se celebrará la Cumbre de las Américas en Los Ángeles. La convocatoria plantea construir un futuro sostenible, resiliente y equitativo para el hemisferio y se ha esbozado un pacto regional para la migración que seguramente distribuirá refugiados entre varios países. No parece que vuele muy alto.
En 1994, cuando se inauguraron estas cumbres, Estados Unidos propuso un Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que fuese desde Canadá hasta la Tierra del Fuego, idea que, por cierto, ha retomado AMLO, pero volviendo a la Cumbre de Miami, el ALCA nunca despegó. En muy pocos años, el entusiasmo inicial empezó a perderse por la crisis de México (el chico bien portado del TLCAN) y en los primeros años del siglo, Bush estaba más preocupado la agenda antiterrorista, que por integrar a América como un espacio comercial coherente.
Desde el sur, Venezuela impulsó un modelo alternativo (ALBA), hoy una ruina económica y social que genera millones de refugiados políticos y económicos. Brasil y México, más atentos a sus prioridades regionales, se han concentrado en sus esferas de influencia que una propuesta continental. México se enfoca en Centroamérica primero con el Plan Puebla Panamá y hoy su prioridad es atender el fenómeno migratorio desde sus causas. Brasil ha apostado por una Comunidad Sudamericana de Naciones, pero las variaciones políticas del subcontinente han impedido que el modelo se consolide. No se puede olvidar que las empresas brasileñas tuvieron un vigoroso proyecto de internacionalización y algunas de ellas se han vuelto famosas por su propensión a la corrupción; en otros casos, los intereses brasileños han sido estigmatizados y nacionalizados como ocurrió en Bolivia. Las discordias políticas con Argentina han sido también un impedimento para proyectar esas economías que tienen, igual que la nuestra, un enorme potencial, pero también una enorme capacidad de auto sabotearse. Lo que mejor ha funcionado es la vaporosa Alianza del Pacífico que no tiene alcance continental.
Una nueva historia de América Latina, (Massimo de Giuseppe y Gianni La Bella) me ayuda a reformular nuevas perspectivas sobre viejas preocupaciones: ¿existe una columna vertebral que explique a América Latina como un conjunto geopolítico coherente? ¿Es posible pensar en una plataforma de integración económica? ¿Puede forjarse un proyecto político cuando somos incapaces de no pelearnos con nosotros mismos? O bien, ¿estamos ante una realidad de historias nacionales yuxtapuestas que tienen como elemento común la estirpe hispana, la lengua española y un montón de resentimiento por no ser lo que creemos merecer? El latinoamericanismo, como corriente política, vive horas bajas. No hay un polo articulador de un discurso que entusiasme. Los populismos ascendentes le dan al nacionalismo un énfasis que eclipsa cualquier intento por construir algo. Los liderazgos actuales apuestan más a dividir a sus sociedades que a la generosidad política. Nuevamente el peor caso es Venezuela en donde el gobierno libra una batalla despiadada contra su propio pueblo. En Brasil y México la polarización es alentada por los propios gobiernos, cuya prioridad es tejer el elogio de las pequeñas diferencias. Desde el poder se divide.
Cada vez que se habla de Latinoamérica se recuerdan agravios centenarios, venas abiertas, pero no hay discurso de futuro que esté dotado de viabilidad política y presupuestal. Somos el continente de los eternos discursos y de las escasas patentes; el continente que brilla por su música, literatura y creatividad, pero es incapaz de generar sus propias vacunas. Estados Unidos seguirá escuchando los mismos argumentos que seguramente escuchó Kennedy hace 60 años tratando de explicar por qué la prosperidad no ha llegado a estas tierras. Pero, a diferencia de su predecesor, no parece que Biden tenga tampoco mucho que ofrecer al continente como proyecto. Los Ángeles no promete mucho.