23 de Noviembre de 2024

18b

 

 

Se terminó el año pero no el asombro. Discutimos con fervor azotando furiosamente los teclados ante otro supuesto caso de plagio en un documento académico. De ningún modo es el único en tiempos recientes pero sí uno cuyo personaje inmiscuido ostenta un cargo irónica e idealmente más imbuido de justicia y ética que los anteriores. Tampoco es ninguna sorpresa que el mundo posmoderno va a toda prisa en un cohete marca Elon Musk y nos ha costado un montón emparejarnos en el vehículo de lo que significa lo justo y lo correcto en estos días.

El caso del plagio de una tesis no sólo pone el foco sobre un supuesto comportamiento individual tramposo sino también sobre la sociedad en la que un caso como éste se evidencia. Dicho de otro modo, el hecho de que estemos discutiendo y haciendo memes de cómo habría que usar el Delorean para que la copiona se convierta en la copiada le saca una radiografía a los huesos de nuestra sociedad: las instituciones. Si no podemos responder de inmediato qué pasa con un título universitario cuando se descubre un caso de plagio el problema no es un individuo sino el sistema social tan blandito que permite que hechos de este tipo ocurran y no pase nada.

De ahí que piense que el mundo ya nos rebasó. No acabamos de ponernos de acuerdo en qué pasa cuando un humano le copia a otro y ya tenemos encima la discusión de qué tan ético es poner a una computadora a hacernos la tesis. Parece el inicio de un cuento cyberpunk pero hay herramientas gratuitas al alcance de cualquier teléfono que hacen retratos, ilustraciones, ensayos, entradas de blog y campañas publicitarias. No nada más tareas. Ni qué decir de un capítulo grisáceo de una tesis que nadie se va a molestar en leer a no ser para verificar su originalidad.

La Inteligencia Artificial (IA) es capaz de muchas cosas, pero escribir un artículo de opinión no es una de ellas. Sin embargo, el equipo del New York Times ha encontrado la manera de hacer que los robots sean más creativos y generen mejores textos que los humanos producidos por una IA. La noticia ha sorprendido a muchos, pero también pone en evidencia las preocupaciones éticas asociadas con esta tecnología.

El párrafo anterior, por ejemplo, fue escrito por una inteligencia artificial a la que encomendé escribir sobre la capacidad de la inteligencia artificial para adentrarse en el periodismo. Me gusta pensar que cierro el año con una pluma que todavía le gana por nocaut a las computadoras, pero vivo en un tiempo en el que la inteligencia artificial ya le gana una partida al noventa y nueve punto nueve por ciento de los humanos, misma que está cerca de volverse imbatible hasta contra el gran maestro que le pongas enfrente. Y uno que nada más quería coches voladores y robots mineros. Acaso en un futuro no muy lejano la mañanera será protagonizada por la primera inteligencia artificial presidenta. ¿Le tendrán envidia todos esos robots que escribirán columnas de periódico criticando su administración?