Cada día son más las personas obligadas a cambiar de vida, ahogadas por la incertidumbre, la pobreza y la multitud de conflictos que nos acorralan. Por eso, el cosmos requiere de un corazón naciente, porque la paz llega a través de un pulso nuevo, que aminore las sombras y las injustas amenazas. Aprisionados por una alocada red de tensiones, verdaderamente destructivas tanto por dentro como por fuera, requerimos de distintos aires más níveos que nos purifiquen, y nos hagan tomar conciencia de otro brío más responsable, hasta para estar en armonía con nosotros mismos. No olvidemos jamás, que todo nace en nosotros. Hemos de ser, por consiguiente, más auténticos y tolerantes. Fuera de nosotros, entonces, las durezas y los antagonismos. Abandonemos las contrariedades. Se trata de que hallemos el sentido de la justicia junto con el respeto a los derechos humanos, de que apliquemos la justa entereza con el espíritu solidario, la cordialidad bilateral y el afecto necesario para compenetrarnos. En consecuencia, es preciso que las estirpes y los pueblos reconduzcan sentimientos, dialogando entre sí con el ánimo en disposición siempre, para generar una atmósfera de convivencia, que es lo que en realidad nos regenera como seres pensantes.
Naturalmente, la apuesta por unas entretelas de empuje innovador, nos exige entrar en concordia entre unos y otros para mejorar la convivencia, pero también nos requiere de otro esfuerzo en alianza con la naturaleza, para poder reconstruir un orbe más edénico y razonable. De lo contrario, la caída será horrorosa, debido a nuestros comportamientos contaminantes y corruptos. Desde luego, la falta de consideración y respeto hacia todo, empezando por nuestra propia vida y finalizando por la crisis ecológica, que en el fondo es un problema moral, nos tiene que poner en movimiento para desterrar el egoísmo, individual y colectivo, por ser contrario al orden de la creación y a nuestra subsistencia. Por otra parte, y como sustento del vocablo viviente, tenemos que conservar enérgico el sentido de la fraternidad. Quizás tengamos que revisar nuestro estilo de vida, renacer como sociedad diferente, menos viciada en el consumo y no enviciada en las cosas, pues lo importante es el ser humano con su timbre poético y su asombrosa vida humana, a través de su versátil tono interior. Con razón se dice, se comenta y también se rumorea, que únicamente se ve bien con los ojos interiores de la voluntad; por algo será, porque de ellos procede la savia y precede la fuerza.
Por otra parte, es público y notorio, que jamás se penetra por la influencia en ningún órgano andante; el lenguaje de los latidos es universal e imprime sosiego, únicamente se requiere ternura para comprenderlo y departirlo. No hay frentes, ni ha de haber fronteras, en las raíces de un linaje revivido desde el amor y sobre las bases estéticas de la justicia social, la dignidad y los derechos de cada persona. Esto nos reconduce a la formación de la familia humana, que debe de hermanarse en lugar de polarizarse, para no generar malestar y violencia. Evidentemente, si queremos superar la situación actual, tenemos que salir de nosotros mismos para arreglar las diferencias y los conflictos, reconciliar hasta lo irreconciliable, y tejer otros abecedarios que nos lleven hacia ese bien colectivo, del que todos somos parte, claramente con un deber ético y jurídico. Sería saludable, por tanto, que este año que ahora iniciamos, fuese un bálsamo de acuerdos en nuestras vidas, en nuestros hogares y en nuestra tierra. Cuando esto se imprime, cada cual desde su misión, todos salimos ganando.
Lo que no es de recibo es continuar bajo la sombra de un ciberespacio, desbordado por los odios y las venganzas, las informaciones erróneas y las mentiras permanentes; con unos liderazgos interesados y pasivos que, en lugar de orientar, suelen desorientar, y no poner remedio al cúmulo de arbitrariedades. Vuelva a nosotros, pues, el resplandor de la verdad; que es lo que nos pone alas para volar y para velar. La curativa calma brotará por cualquier esquina como algo natural, en apoyo tanto de la estabilidad como del bienestar. Es cuestión de no acorazarse en el bloqueo, de abrirse y de reabrirse a la entrega de ayuda humanitaria, de sintonizar con la mente y de dejar hablar al corazón, para que fecunde los sueños de esperanza. Lo importante es continuar el camino de la poesía y hacerlo juntos, por un reino inédito e inmaculado, y así poder alcanzar el abrazo conjunto, a través de la grandeza de aquellos batalladores que luchan corresponsablemente, con alma y sin armas, para garantizar un porvenir en avenencia. No hay mejor concierto, lógicamente, que volcar los esfuerzos en favor de la tregua en un mundo conflictivo; como tampoco hay mejor arreglo, que suprimir distancias y volverse piña.