23 de Noviembre de 2024

18a

 

 

La vocación de todo ser humano es vivir; y, a la vez, desvivirse por proporcionar creatividad laboriosa en cada aurora, para que pueda continuar la arboleda del linaje enraizándose con el tiempo y entroncándose a la existencia de las diferentes épocas vivenciales. Por consiguiente, cada ser humano debe de involucrarse en el trabajo decente, que es lo que verdaderamente nos dignifica, bajo el impulso de la justicia social. No son las riquezas ni la ostentación, sino la ecuanimidad y la ocupación, los que aportan savia y gozo. Dejemos, pues, que el futuro nos evalúe de acuerdo a la misión, mediante un servicio de constancia, de método y de organización. Posteriormente, aparecerá el disfrute de sus logros, que son los que en realidad nos alegran los horizontes y nos dan la orientación debida. Como en todo, el amor que ponemos en lo que hacemos, es lo único que vale y nos salva de este mundo totalmente inhumano y deshumanizante.

Si unirse es el comienzo de todo, buscárselas juntos es el avance para el funcionamiento de las sociedades y todo un gesto de comunión y hermanamiento. Volvamos la vista a ese capital humano, donde se aplican las capacidades volitivas e intelectuales, deseosas de un mercado laboral inclusivo, con unos salarios y una remuneración conformes, en particular para los millones de obreros, con salarios bajos, que impiden un nivel de vida adecuado. Desde luego, todos debemos cooperar para que el sistema económico, en el que nos sustentamos, no perturbe la estética del bien colectivo sobre el privado. Precisamente, el peculio suele ser un dominio apropiado por una minoría elitista, que lo único que le afana es obligar a la mayoría a trabajar en su provecho. De estas duras historias tenemos que despertar más pronto que tarde. Nos merecemos florecer en humanidad conjuntamente. Amar a través del cotidiano quehacer diario, no sólo nos reconstruye, también nos hace crecer y recrearnos entre sí.

La seguridad es significativa. A propósito: “No vive el que no vive seguro”, decía el inolvidable Francisco de Quevedo. Por cierto, en junio de 2022, la Conferencia internacional del Trabajo, decidió incluir con gran acierto, “un entorno de trabajo seguro y saludable”, en el marco de principios y derechos fundamentales con el compromiso de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Sin duda, cada uno de nosotros es responsable de frenar muertes y lesiones en el campo laboral. Priorizar e invertir en la prevención de los accidentes del trabajo y en las enfermedades profesionales, dentro de los programas de seguridad y salud laboral, es un buen objetivo. Ayuda a la sostenibilidad de las economías, garantizando así una mano de obra sana y productiva. Lo importante es no dejar que se apague el entusiasmo, para no ahogarnos en nuestras propias miserias. Y así, tanto el hacer y deshacer como el decir y obrar, nos pertenece por orden natural. En definitiva, que todo tiene su momento para no aburrirse y caer en la ociosidad.

Ciertamente, y a pesar de la verdad fundamental del valor perenne de la laboriosidad, sabemos que son muchas las contrariedades traspuestas en la sociedad actual. Nos encontramos en un tiempo nuevo, lo que nos exige cambios profundos y acelerados, pero también no dejar a nadie atrás. En este sentido, la protección mutua es un elemento fundamental, un impulso necesario para no caer en el desánimo, en estos tiempos de crisis global. Hay que pensar que cualquier época tiene sus intervalos de oportunidades. Lo esencial es resistir y recuperarse, concentrarnos en la calidad de los empleos, cuestión en la que han de involucrarse empleadores y trabajadores, pero también los gobiernos a través del benéfico diálogo. Mandos, que han de estar siempre vivos para combatir los mayores obstáculos para el desarrollo, como son la pobreza y la desigualdad. Personalmente, reconozco que cuando he estado ocupado todo el día, la noche me sabe a descanso y el alma se llena de satisfacción.

No olvidemos jamás, que mediante el vocacional ejercicio laboral debemos obtener el necesario sustento; al tiempo, que ofrecemos una aportación personal al progreso general, con una dimensión solidaria de nuestro andar por la tierra. En consecuencia, hemos de contribuir a visibilizar la siniestralidad y la precariedad laboral y a denunciar las causas que las provocan, para que deje de considerarse como algo normal. Indudablemente, necesitamos poner los medios cooperantes para que esto no suceda y se faciliten, además, a las víctimas y sus familias los trámites burocráticos, para que les sea reconocida su situación de siniestralidad. Aunque suene a arcaico y repetitivo, aún hay que defender la presencia humana por encima del dividendo comercial, la dignidad de la persona sobre todo lo demás, incluido el tema productivo, así como el bien colectivo que también ha de situarse sobre la acumulación de riqueza. En cualquier caso, ojalá tengamos la ocasión de descubrirnos a nosotros mismos, arrimando el hombro y compartiendo sueños.