23 de Noviembre de 2024

18a

 

 

La confrontación pública entre el presidente y el periodista Carlos Loret de Mola ha escalado a niveles nunca vistos en la política mexicana. Un mandatario que ha hecho de la prensa y del periodismo crítico su enemigo político, y que ataca y descalifica todos los días a los medios y a varios periodistas, ha llevado sus diferencias con Loret en particular a un terreno casi personal, en donde a cada reportaje, denuncia, comentario o columna del periodista, le responde con ataques que van desde exhibir sus presuntos ingresos económicos y sus propiedades –violando su derecho a la privacidad–, retarlo a que se retire del periodismo, hasta llamarlo “hampón” y “bandolero”, como hizo ayer para responder al reto que le lanzó el comunicador y decir que no se dejará entrevistar ni se reunirá con él porque se reserva “el derecho de admisión”.

Tanto ha mencionado el presidente en su discurso público a Loret de Mola como su enemigo político, que incluso hace poco más de un año llegó a mencionar al periodista como un posible candidato de la oposición para la Presidencia de la República. Lo hizo en Morelia, el 14 de marzo de 2022, donde sugirió a los partidos opositores que ya busquen a sus candidatos para las elecciones del 2024 y que ya empiecen a seleccionar nombres que incluso se permitió sugerir con una lista en la que mencionó a la senadora Lilly Téllez, al empresario Claudio X. González, a la diputada Margarita Zavala, al diputado Santiago Creel y al periodista Carlos Loret de Mola, entre otros.

A estas alturas del sexenio nadie duda que es un hombre intolerante a la crítica, pero también un presidente de ocurrencias y de una gran intuición política. Mencionar o sugerir públicamente el nombre de un periodista como posible candidato presidencial de la oposición, lleva primero una intención perversa de etiquetarlo como un adversario político y ya no sólo como un periodista crítico; pero al mismo tiempo el presidente siembra en la opinión pública una idea que, por lo demás, ya circulaba en redes sociales donde hay voces que ven a Loret de Mola no sólo como un periodista que ha asestado varios de los principales golpes informativos al presidente, a su gobierno y a su familia, sino que a partir de la confrontación directa que también él sostiene con el mandatario, lo perciben también como un opositor a su gobierno.

Y en un contexto donde la oposición no tiene un candidato fuerte y visible para hacerle frente al régimen, la idea deslizada perversamente por el presidente y repetida en las redes sociales donde la admiración y reconocimiento a Loret hace que lo lleguen a mencionar como presidenciable, se convierte en una idea provocadora, casi disruptiva.

Porque mientras la oposición política a López Obrador nunca entendió que si quieren ganarle el poder tendrían que haber empezado por desmontar su discurso demagógico y exhibir sus mentiras, y parecen achicados, asustados y paralizados ante el poder presidencial, la prensa crítica ha asumido ese rol y, de manera destacada entre muchos otros periodistas que investigan y cuestionan al poder, Carlos Loret ha documentado las incongruencias e incoherencias del régimen y del presidente a partir de investigaciones documentadas por su equipo de reporteros.

Mientras los opositores políticos nunca comprendieron la naturaleza del adversario en el poder, y prefirieron subestimarlo y dejar pasar las mañaneras, limitándose a batear las bolas ensalivadas desde Palacio Nacional, la estrategia de propaganda desde la Presidencia tuvo su efecto y provocó en un sector de la sociedad una suerte de anestesia moral en la que aceptan y justifican cualquier acción o exceso de su líder. Algo como lo que describía el historiador y politólogo británico Leonard Schapiro en sus obras sobre el totalitarismo de la Unión Soviética, donde en 1972 hablaba de “la neutralización de la repulsión moral frente a las brutalidades perpetradas por el líder”. Eso podría explicar por qué los errores garrafales de López Obrador no tienen costos políticos o no bajan su nivel de aprobación.

Frente a esa inmunidad que al parecer tiene ante sus opositores, las investigaciones periodísticas sobre la corrupción del régimen han logrado tocar y descolocar más al presidente en su imagen y en el discurso de anticorrupción. Reportajes como los sobres amarillos repletos de dinero para los hermanos del presidente, los contratos para la prima, la creación de empresas fantasma para recibir contratos del Ejército, la Casa gris a cambio de contratos en Pemex, el plagio de la tesis de la candidata presidencial para ocupar la presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, han abollado la coraza de López Obrador y han dejado ver la incongruencia y demagogia detrás del discurso lopezobradorista de la posverdad, al confirmar lo dicho por el historiador estadounidense Timothy Snider en su libro Sobre la Tiranía: “Renunciar a los hechos es renunciar a la libertad. Si nada es verdad, nadie puede criticar al poder, porque no hay ninguna base sobre la cuál hacerlo. Si nada es verdad, todo es espectáculo”

Así es que, entre la intolerancia del presidente, que lo ha elevado al nivel de contrincante directo suyo, ante la pasmosidad opositora y su falta de candidatos y líderes que logren conectar y emocionar a la sociedad, y ante la admiración que despierta su trabajo y su confrontación también directa frente al mandatario, la pregunta de si Carlos Loret puede llegar a ser un candidato presidencial ya no parece tan sinsentido.

El año pasado, en una entrevista con el canal televisivo de la Deutsche Welle en español, la conductora Ana Plascencia le preguntó a Carlos Loret si en su enfrentamiento directo y tan combativo con el presidente él no actuaba como un político opositor, a lo que él atajó de inmediato: “No, no, no yo soy estrictamente periodista, estoy tratando de defenderme de un presidente que nos tiene bajo ataque, que nos tiene atacándonos tremendamente”.