23 de Noviembre de 2024

18a

 

No hace bien a nadie que el Presidente de la República arremeta contra jueces y ministros de la Suprema Corte. Menos, que senadores con autoridad y poder se hagan eco de los ditirambos presidenciales y pretendan minar la autoridad del Poder Judicial empezando por la Corte.

Hay libertad de expresión y derechos que la resguardan, qué duda cabe. Lo que no hay, ni debe haber, es licencia alguna para el insulto y la mentira cuando de encontrar y transitar las vetas del derecho público y político se trata. Quien recurre a la invectiva y a la degradación de las personas, camina por un sendero minado: negando el respeto elemental que todos nos debemos, y acicateando con grotescos y absurdos amagos la posibilidad de iniciar juicios políticos ¡contra la Suprema Corte!

No son pocos los que han reconocido las decisiones de la Corte sobre los vicios de procedimiento de las reformas del plan B electoral presentada por el gobierno. En realidad, por el presidente López Obrador, quien no sólo fue ponente institucional sino personal, dispuesto a echar por la borda el edificio de la democracia normativa y los consensos que tanto tiempo y esfuerzo han demandado. Y en cuya construcción, por cierto, tuvo importante papel y lugar el partido del que provienen el Presidente y muchos de quienes hoy lo siguen y obedecen hasta la ignominia.

Estoy convencido de que las posturas del grupo gobernante no pueden llevarnos a concretar ninguna esperanza de mejores condiciones. Tampoco prometen nada para la mayor parte de los políticos que forman filas en Morena.

El Presidente se podrá ir a su parcela, también quienes ya son propietarios o poseedores de tierra y fortuna. Para los demás no hay mayor oportunidad que la que puede ofrecer el trabajo, formal e informal, bien y mal pagado y en gran medida sin garantías de protección contra el infortunio.

Junto a las escenas del fenómeno migratorio y las estampas desconsoladoras de las madres que sin cesar buscan a los suyos, el orden público se desborda y la impunidad crece. Entre las fuerzas públicas parece privar una decisión de mantenerse aparte. En este proscenio no hay lugar ni siquiera para reflexionar sobre la desgracia propia. Hay que estar a las vivas, atento, cuidarse de la maldad y la crueldad inauditas recibidas con abuso reiterado por las víctimas y sus supuestos guardianes, en muchos casos sumisos sirvientes de los malos que mandan y matan.

Ellos no se ríen con los chistoretes del gobierno ni celebran los despropósitos de un sistema de información que no comunica, ni siquiera enajena, y se aboca a hacer el coro de un mando legítimo omiso y permisivo, hasta el grado de demoler su propia y bien ganada legitimidad democrática.

En esas estamos y por ahí vamos. Votemos por una política de y para la cultura, es lo que nos queda a fin de apuntalar algún mensaje para un consenso que a diario aserruchan los del poder.