23 de Noviembre de 2024

18a

 

 

Ayer la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, anunció que el próximo viernes solicitará licencia al Congreso de la Ciudad de México para separarse de su cargo e ir a contender oficialmente por la candidatura presidencial de Morena. Es decir, que después de más de un año de haber iniciado una campaña abierta de promoción y posicionamiento de su imagen, la gobernante capitalina decidió ponerse en marcha y, aunque ella hubiera querido esperar hasta diciembre próximo para separarse de su cargo, finalmente intentará el difícil tránsito entre la calle que separa al Palacio del Ayuntamiento del Palacio Nacional, una calle que muchos políticos antes que ella, intentaron cruzar, pero hasta ahora ninguno pudo llegar a convertirse en presidente.

Por algo a esa calle que separa los edificios del poder presidencial y del poder capitalino, se le conoce en la política nacional como “la más peligrosa de cruzar” porque hasta ahora todos los que han intentado llegar al Palacio Nacional, habiendo iniciado su marcha en el Palacio del Ayuntamiento han fallado en el intento y se han quedado con las ganas. Lo intentaron regentes poderosos de la era priista como Alfonso Corona del Rosal, que con todo y las intrigas palaciegas no pudo convencer al presidente Gustavo Díaz Ordaz de elegirlo a él como su sucesor; en 1976, para la sucesión de Echeverría, el entonces regente del DF, el también poderoso Carlos Hank González, tampoco pudo cruzar esa calle aun cuando figuró entre los aspirantes presidenciales, pero además de que José López Portillo le ganó la partida, también estaba impedido por el artículo 82 constitucional, que entonces prohibía a hijos de extranjeros ser presidentes de la República.

Para 1988, cuando ya el cargo había cambiado a jefe del Departamento del Distrito Federal, el guanajuatense Ramón Aguirre Velázquez figuró en la lista de los “seis presidenciables” que participaron en la “pasarela” anunciada por el dirigente nacional del PRI, Jorge de la Vega Domínguez, por instrucciones del presidente Miguel de la Madrid. Ese fue el ejercicio de sucesión presidencial de la era priista que más se le parece al actual proceso interno de Morena, donde casualmente también hay “seis corcholatas” o presidenciables. Pero Ramón Aguirre también quedó en el intento de cruzar la peligrosa calle que conduce hacia el Palacio Nacional y fue atropellado por el tren del salinismo que llegó al poder en aquel año.

Seis años después, para la sucesión de Carlos Salinas de Gortari, el poderoso jefe del Departamento del DF, Manuel Camacho Solís, se sentía ya, no sólo candidato sino presidente. Había jugado todo el sexenio a mover sus fichas y a construir su candidatura presidencial con el apoyo de quien era entonces su mano derecha y operador de confianza: el joven secretario de Gobierno, Marcelo Ebrard Casaubon. Camacho tenía todo listo para cruzarse del Ayuntamiento al Palacio Nacional, pero Salinas decidió por Luis Donaldo Colosio, con todo el fatídico desenlace que terminaría llevando, por rebote, a Ernesto Zedillo a la Presidencia. El berrinche de Manuel Camacho y su ruptura con el PRI terminaron llevándolo a la izquierda perredista y a conocer en esa ruta a López Obrador.

Pero antes que el tabasqueño fue el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, el primer jefe de Gobierno electo por el voto popular en el Distrito Federal. Cárdenas se levantó del fraude patriótico de Manuel Bartlett y Salinas en 1988 para volver a insistir en su segunda candidatura presidencial en 1994, y no fue sino hasta tres años después, en 1997, cuando el ingeniero pudo ganar en las urnas la Jefatura de Gobierno con un triunfo aplastante contra el PRI del presidente Carlos Salinas de Gortari. Y, como era de esperarse, al ver desde la ventana de su despacho capitalino, la majestuosa Puerta Mariana, el ingeniero quiso volver a cruzar la peligrosa calle contendiendo por tercera vez en el 2000 por la Presidencia, sólo que se le atravesó el primer fenómeno de mercadotecnia política, llamado Vicente Fox, que lo arrolló y acabó con sus sueños presidenciales.

Pero como la tentación es grande para quienes miran desde el otro lado de la calle el mítico balcón presidencial del Palacio, seis años después, el segundo jefe de Gobierno electo en las urnas, Andrés Manuel López Obrador, construyó una campaña de seis años en la que prácticamente ya había logrado cruzar la calle, casi tenía un pie en el Palacio Nacional, según todas las encuestas, pero se quedó a un pasito de lograrlo. Las cerradas elecciones de 2006 y el impugnado 0.56% de diferencia a favor de Felipe Calderón, llevaron al panista a la Presidencia, mientras que López Obrador terminó plantado en el Paseo de la Reforma acusando un fraude y declarándose después “presidente legítimo”.

A la lista de aspirantes presidenciales frustrados desde el gobierno capitalino se sumaría en 2012, Marcelo Ebrard, quien, tras un sexenio exitoso en materia de seguridad, con reformas legales de avanzada en materia de derechos, como las uniones gay, el aborto legal y la consolidación del Metrobús, además de la derrumbada Línea 12 del Metro, entonces bautizada como la “Línea Dorada”. Ebrard tenía todo para ganar la candidatura presidencial del PRD, pero se le atravesó López Obrador que, seis años después de su derrota quería su segundo intento por la Presidencia y con el mismo método de las encuestas, con el que ahora se busca elegir al candidato de Morena al 2024, en aquel 2012 Marcelo y Andrés Manuel salieron empatados en dos de tres encuestas, mientras la tercera la había ganado el entonces jefe de Gobierno del DF. Y es ahí cuando, ante la presión de los lopezobradoristas y una petición particular del tabasqueño, Ebrard toma la decisión de hacerse a un lado para dejarle a López Obrador el paso libre a su segunda derrota presidencial.

Y así llegamos a la sucesión presidencial de 2024 y al anuncio ayer oficial de Claudia Sheinbaum, que a partir del próximo viernes empezará a caminar sola, ya sin el cargo de jefa de Gobierno de la Ciudad de México, en su aspiración presidencial. Será la primera mujer en intentar dar ese salto entre los dos palacios y atravesar la tan difícil calle que los divide. Hasta la semana pasada todo parecía favorecerle en su condición de “favorita” tanto en las encuestas como en Palacio Nacional, pero a partir de ayer lunes, con su proclama de que buscará “continuar la transformación del país, pero con sello propio”, la doctora entra a una contienda que, si bien para muchos parece decidida por el “dedito” presidencial, para otros resulta aún impredecible y con muchos visos de ruptura.