Cuando faltan tres semanas para la designación de la nueva Rectora o Rector de la UNAM, se encendió una alerta de amenaza de desestabilización violenta del proceso, acaso atizada por alguno de sus protagonistas o por grupos externos del gobierno o de la oposición política.
A las dos treinta de la tarde del pasado viernes 20 de octubre, medio centenar de encapuchados con palos y bombas molotov irrumpieron en el CCH Azcapotzalco de la ciudad de México, la emprendieron contra el personal y alumnos del plantel e incendiaron la oficina de la dirección.
Varias personas resultaron heridas, tres de ellas maestras con quemaduras de segundo grado, que fueron trasladadas al hospital tras estos hechos vandálicos con los que culminó una protesta con cierre de vialidades en las afueras del plantel, el más reciente episodio de un conflicto que se remonta a octubre pasado.
Desde entonces la comunidad estudiantil exige el cese de la directora Martha Patricia López Abundio por la inseguridad que dicen impera en el plantel y el encubrimiento de conductas de acoso sexual.
No es interpretación de quien esto escribe que, encubierto en demandas probablemente legítimas, haya un acto de provocación para desestabilizar la sucesión universitaria. La propia UNAM manifestó ese mismo viernes 20 de octubre su “abierto repudio e indignación ante los intereses ajenos a la Universidad que pretenden afectar, con lujo de violencia, el proceso de sucesión de la Rectoría”.
Para nadie es un secreto la existencia en la UNAM de grupos de choque, los violentos porros. Ni duda cabe que la propia autoridad universitaria, incluidos los diez que aspiran al cargo, y personajes vinculados al gobierno en el poder o a los partidos de oposición, saben de quienes se trata. Tampoco lo es que algunos funcionarios universitarios, líderes estudiantiles y políticos de diverso signo suelen echar mano de esos mercenarios con diversos fines aviesos.
Porro es el integrante de una organización que persigue distintos intereses particulares, ya sean políticos o económicos, mediante la violencia organizada, al infiltrarse en instituciones estudiantiles para actuar como grupo de choque mercenario.
Los grupos de porros se originaron en la década de los treinta del siglo pasado luego de que la UNAM alcanzara su autonomía (26/07/1929), primero como organizaciones que apoyaban a determinado grupo deportivo (porras) y luego como grupos de choque en la lucha por el control político de la UNAM, refiere el investigador Imanol Ordorika, ex líder estudiantil, investigador del Instituto de Investigaciones Económicas y también aspirante a Rector, en su trabajo “Violencia y porrismo en la educación superior en México”.
De acuerdo con datos de la dirección general de los CCH hay en la zona metropolitana de la CDMX más de 170 grupos porriles, de los cuales 52 operan en la UNAM, sobre todo en el nivel bachillerato.
Es en el CCH Azcapotzalco, por cierto, donde más grupos porriles están identificados: Federación Estudiantil de Universitarios, Alianza Universitaria, Vándalos, Porra Estudiantil Universitaria, Grupo Alfonso Peralta, Grupo Estudiantil Azcapotzalco, Grupo Rebel, Grupo 24 de enero, Grupo 11 de septiembre, Grupo 7 de noviembre y Grupo 13 de diciembre.
En el CCH Oriente: Grupo 3 de abril, La Onda y Arremangados; en el de Vallejo: Independientes, Grupo 3 de marzo y Comitiva Oro; en el de Naucalpan: Federación de Estudiantes Naucalpan; y en el Sur: Grupos Estudiantiles del Sur 3 de mayo.
Mientras que en las Preparatorias están Los Sharks en la Uno; Grupo Erasmo Castellanos, Unión de Vagos Pamboleros y KDC en la Dos; Bohemios y UDLA en la Tres; Unión Vanguardista de Alumnos y UDE en la Cuatro; Lagartos en la Cinco; Coyotes y Organización de Estudiantes Universitarios en la Seis; Skandalosos y Mazakotes en la Siete; Santa Inquisición y Daniel Márquez Muro en la Ocho; y Grupo Pedro de Alba en la Nueve.
Y las Facultades con presencia de grupos porriles son Derecho, Economía, Ingeniería y Contaduría.
Como se aprecia el menú de opciones es variado y explosivo. De ahí que se asuma que los hechos del viernes pasado en el CCH Azcapotzalco sean un foco rojo en la estabilidad del proceso sucesorio universitario.