En el momento de escribir estas líneas aún no se ha publicado el dato oportuno de crecimiento de la economía mexicana durante 2023, pero todo parece apuntar a que se ubicará alrededor de 3.5%. A pesar de ser un crecimiento que debería ser sostenido en un país emergente, como México, los buenos datos recientes —de inversión, comercio, consumo— hacen pensar que en un ámbito clave como la economía la situación va viento en popa. No se trata, desde luego, del tipo de cambio o de las remesas, sino de datos que verdaderamente han repuntado en el último año y que tienen más que ver con la realidad que con la narrativa presidencial.
Los datos mencionados cuentan solo una parte de la historia. De entrada, son recientes, muestran el comportamiento de los meses que la mayor parte de la gente tiene presentes. El país creció; la inversión finalmente se recuperó y ha llegado a máximos históricos; y el consumo no se detiene. La frase “it´s the economy, stupid” utilizada en la campaña del entonces candidato Bill Clinton hacía referencia a la recesión que Estados Unidos tuvo en 1991. Con un crecimiento reciente de 3.5%, a pesar del muy menor crecimiento a lo largo de toda la administración del presidente López Obrador, la oposición tendrá pocos argumentos en este sentido. Pero esa no es toda la historia.
Las condiciones estructurales para propiciar un crecimiento sostenido —el PIB potencial— no solo no han mejorado, sino que han retrocedido tanto en comparaciones absolutas como en relativas. México no tiene hoy mejor infraestructura —aérea, carretera, portuaria, aeroportuaria, hídrica, energética— que la de hace cinco años. Tiene una refinería que aún no refina, un tren que ha afectado seriamente los recursos naturales de la región y un aeropuerto que dista de tener el tráfico proyectado. Las candidatas deberían de ser capaces de vender, al menos durante las campañas, un mejor futuro. Eso aún no se ve.
Pero el mayor cambio no está ahí. El deterior más importante ha sido el democrático. Las instituciones hoy no están mejor y son los ciudadanos los afectados. La pérdida de capital humano en algunos sectores de la administración pública es notoria. Los estándares también han cambiado. Se exige menos y se espera poco. La Presidencia se ha vuelto una estructura completamente vertical en la que se hace lo que el presidente dice y se le dice al presidente lo que quiere escuchar. Nada más.
Hay una falacia al argumentar que si se critica lo actual —sea lo que sea— es porque se estaba a favor de lo anterior. Se puede reprobar la falta de transparencia que se ve en los procesos de compras públicas, sin que eso implique aprobar los actos de corrupción de la administración pasada. Parecería evidente hacer esa distinción, pero la vara de lo evidente también ha cambiado de altura.
México vive hoy una dualidad, una más. Las cifras económicas podrían dar la impresión de que el país —en general— marcha a buen ritmo. Y en algunos temas, puede ser. Las razones no son necesariamente las correctas, pero el crecimiento está ahí y la evidencia lo muestra.
No aceptar el deterioro que se tiene en otras arenas —salud, seguridad, justicia, democracia, transparencia, educación, infraestructura, medio ambiente— sería igual de delirante que pensar que criticar lo de hoy es aprobar lo del pasado. Hay muchas historias que contar.