Una de las preguntas más recurrentes es cómo influyen las creencias religiosas en los comportamientos electorales. Existen dos grandes perspectivas, que los miembros de una Iglesia se inclinen masivamente por un candidato o la contraria, que los creyentes detentan una escala de valores distintas a otros grupos sociales y que esto se expresaría como un componente significativo en un “modelo multifactorial” de toma de decisiones. En realidad, todo sucede al mismo tiempo y en diferentes contextos. A los periodistas les fascina detectar un “elemento diagnóstico” que luego aplican a diversas realidades haciendo simplificaciones que desconciertan.
También los académicos hemos contribuido a las imprecisiones por aplicar en forma simplificada la dicotomía “provida vs proderechos”. Muchos aplican los criterios de los “expertos en procesos electorales” de los Estados Unidos quienes han generado esquemas analíticos, que pueden ser correctos para su realidad nacional, aunque ahora ya no aplican en las nuevas generaciones de ese país, donde el 28% dice que “nada en lo particular, en materia religiosa”. Pueden ser ateos, creer en Dios o seres espirituales, pero no quieren saber nada con iglesias, pastores y sacerdotes, los llamados “nones”. Podrían hacer exactamente lo contrario a lo indicado por un líder religioso acreditado en su contexto de acción.
La dicotomía “provida vs proderechos”, la Agenda Conservadora confrontada con la Agenda Progresista ha sido rebasada por el papa Francisco, quien lanzó al ruedo otra dicotomía basada en el perdón, la reconciliación y el amor al prójimo, principios bíblicos sólidos, que asumen otra perspectiva. Actúe de acuerdo con lo que mandan los principios cristianos, pero los hombres no somos quienes juzgamos, sólo Dios juzga, sintetizado en la célebre frase: “Quien soy yo, para juzgar a los gays”.
En estos contextos la Agenda Conservadora podría ser descalificada como una “agenda de odio” y la Agenda progresista y proderechos (aborto, casamiento igualitario y legalización de “drogas blandas”) como la búsqueda de soluciones parciales, frente al destructivo cambio climático, el hambre y la pobreza en el mundo, que esconden la “cultura del descarte”, la consolidación de una masa marginal de población “excedente”, que no tiene ubicación en los procesos productivos, particularmente del Primer Mundo, y que se expresan en millones de seres desesperados que “asedian” a Europa y Estados Unidos, los ahora temidos migrantes.
Es importante entender estas dicotomías para mejorar la comprensión del alza de partidos políticos que enarbolan la causa antinmigrantes como estrategia eficaz para obtener resultados positivos entre sectores medios y bajos que se sienten amenazados por esta presión del Tercer Mundo, muy distintos en materia cultural, religiosa y social, quienes desesperados abandonan lo poco que tienen, “encandilados” por las luces del Primer Mundo, que se transforma así en la esperanza mágica de la “solución” de sus problemas.
El candidato Trump y los republicanos, más los partidos ultraconservadores europeos entendieron los temores y paranoias de muchos electores del Primer Mundo que son conscientes de la diferencia abismal entre los modos de consumo primermundistas y los del Tercer Mundo, transformando estas preocupaciones en estrategias para capitalizar el voto de estos sectores medios y bajos, quienes antes apoyaban propuestas socialdemócratas y el “estado del bienestar”.
En este contexto debemos entender las movilizaciones de los campesinos europeos, quienes por su estructura productiva no pueden competir con Ucrania y muchos países del “Sur global”, pero allí están y no piensan desaparecer en función de los intereses de los “tecnócratas de Bruselas”, quienes quieren bajar el impacto inflacionario a costa de ellos, que son ciudadanos y votan en Europa.
Un factor adicional es el conflicto entre Israel y Hamas en la Franja de Gaza, en este caso se cruzan un conjunto de sentimientos encontrados, que poco tienen que ver con el conflicto en sí, donde cada parte menciona los daños propios, pero soslaya los ajenos.
Muchos evangélicos de todo el continente apoyan decididamente al Estado de Israel y esto se vio reflejado en las encuestas sobre popularidad del presidente Lula de Silva, quien perdió 25 puntos por sus fuertes declaraciones contra la política israelí en Gaza. Originalmente se había pronunciado condenando la masacre de Hamás y la toma de rehenes israelíes del 7 de octubre, a la vez que llamaba a una solución política con Hamás. El giro que le dio a sus declaraciones responsabilizando sólo a Israel le hizo perder prácticamente la mitad de su popularidad en este sector, indispensable en cualquier proceso electoral.
Como podemos apreciar, son muchas las variables que definen el comportamiento electoral. El desafío de los políticos es ser propositivos, sin caer en el oportunismo.