Para quien lo visita, las condiciones áridas, los paisajes y las características del semidesierto pueden llegar a ser un entorno hostil. Su aridez, su dureza, su sequedad son sinónimo de aspereza e incluso de rechazo. Pero para quienes nacimos, crecimos y vivimos en estas condiciones, ese tipo de llanuras generan grandes capacidades de adaptación y de resistencia.
Nací cerca de Puebla del Palmar (Fresnillo, Zacatecas), en Plateros, una comunidad formada por terrenos de agostaderos de baja calidad, en donde la familia Monreal habita desde hace cien años. Al igual que la mayoría de la propiedad social, los terrenos que hoy forman Puebla del Palmar fueron expropiados de una hacienda, la de Rancho Grande.
Se trata de una historia común a principios del siglo XX, de un caso más en el que, a través de la lucha revolucionaria y las reformas que de ella derivaron, el pueblo que trabajaba la tierra en esa región se hizo acreedor a lo que anteriormente era concentrado de manera ilegal e inmoral, pero que por derecho le correspondía. Entre esas personas se encuentran mis antepasados, mis bisabuelos y mis abuelos.
Ellas y ellos se negaron a abandonar el semidesierto. No solamente porque estos terrenos, debido a la manera en que fueron repartidos en forma legal y a que, al tratarse de propiedad social, no son susceptibles de compraventa por parte de la propiedad privada. Decidieron permanecer allí por el arraigo que sentían por esta tierra, y así se forjaron las siguientes generaciones: bajo las condiciones del semidesierto.
Xerófilo es el adjetivo utilizado para describir a la flora que vive en un ambiente seco. Pensemos, por ejemplo, en el huizache. Se trata de un árbol capaz de resistir cualquier condición extrema: heladas, sequías e inundaciones. En su tronco almacena lo necesario para prepararse y enfrentar cualquier situación. Sus raíces son profundas, no solamente para arraigarse en su origen, sino para aprovechar la poca agua que pudiera presentarse. Y a pesar de todo ello, de las dificultades para florecer y sobrevivir con poco, se trata de uno de los árboles que dan más sombra y que mayor descanso permiten a quienes durante largas jornadas trabajan la tierra.
Por ello, las mujeres y los hombres que durante décadas nos dedicamos a labrar las tierras desérticas somos capaces de soportar los ataques, las calumnias y las infamias. Porque absorbimos la resiliencia y el ejemplo de nuestro entorno, porque sabemos en dónde están nuestras raíces, porque nos preparamos para enfrentar cualquier dificultad.
Y también por eso, ahora, cuando nuevamente mi familia es blanco de ataques infundados respecto al origen de estas tierras, debo aclararlo otra vez, como ya lo había hecho en el pasado. Al fallecer mis abuelos, las tierras pasaron a ser usufructuadas por mi padre y, cuando el murió, pasaron a ser adjudicadas a sus hijos, hijas, nietas y nietos, entre ellos, mi hija Catalina. Para ese fin, de acuerdo con lo que marca la ley, los títulos de propiedad fueron firmados por el gobernador en turno, tal y como sucede con cualquier fraccionamiento rural en el país.
Lo anterior está plenamente fundamentado en la Ley Agraria, que regula la tenencia de la tierra en México, así como en la Ley de Fraccionamientos Rurales para el Estado de Zacatecas, que norma los procedimientos administrativos relacionados con la tenencia de la tierra en zonas de fraccionamientos rurales, incluyendo los procedimientos sucesorios que se deben tramitar en caso del fallecimiento de la persona titular de un lote.
Repito: los terrenos no son susceptibles de compraventa, porque se trata de propiedad social. Sin embargo, la ignorancia jurídica, el dolo y la mala fe se han utilizado para tratar de confundir a la gente. Al ser sociales estas propiedades, el Gobierno no es su dueño ni puede vender terrenos de fraccionamientos rurales, ya que, luego de haberse expropiado, en la década de 1930, el Ejecutivo estatal (independientemente de quién sea) se encarga de certificar la posesión, mediante la firma de los títulos expedidos.
Otro señalamiento que se ha generado con mala intención gira en torno a por qué firmé estos títulos hace 26 años, cuando fui gobernador de Zacatecas. Al respecto, debo dejar en claro que en aquel tiempo no solo firmé esos, sino muchos más, en beneficio de miles de personas, tal y como lo hicieron los gobernadores posteriores y anteriores a mí. No hacerlo sería vulnerar los derechos de miles de personas y del propio estado, al impedir que exista certeza jurídica sobre las tierras en cuestión.
Termino citando, nuevamente, a Blaga Dimitrova, quien fuera vicepresidenta de Bulgaria: “No importa que me pisen. Cuando se pisa, la hierba se convierte en sendero”. Un sendero que seguiremos recorriendo a pesar de las resistencias y las reacciones, porque al final del camino se encuentra la verdadera transformación de la vida pública de nuestro país.