22 de Noviembre de 2024

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En contra del discurso presidencial, insensible y falaz, que no se cansa de repetir que éstas han sido hasta ahora “las elecciones más pacíficas, tranquilas y limpias”, el actual proceso electoral pasará a la historia como el más violento del que se tenga memoria en la historia de la democracia mexicana. Nunca como en estas campañas que concluyeron ayer habían asesinado, atacado y amedrentado hasta hacerlos desistir de sus aspiraciones a tantos candidatos y aspirantes a los cargos públicos en México. Y para documentar el extraviado e infundado optimismo del Presidente, ayer mismo, en pleno cierre de campaña, mataron a tiros al candidato a la alcaldía de Coyuca de Benítez, en el violento Guerrero, José Alfredo Cabrera Barrientos.

La ejecución del abanderado de la alianza opositora del PRI-PAN-PRD, que además fue transmitida en vivo y en directo a todo el mundo durante una transmisión en línea que se realizaba ayer por la tarde desde el mitin en el centro de Coyuca, confirmó la violencia descarnada del crimen organizado, mezclado con actores políticos locales, que ya manchó con sangre estas elecciones.

La forma en que le disparan en la cabeza al candidato aliancista, mientras él va sonriendo y saludando a la gente que acudió a su cierra de campaña, recordó por momentos la ejecución en Lomas Taurinas del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio, aquel 23 de marzo del aciago 1994.

Sólo que entonces, hace justamente 30 años, la violencia política que golpeó y azoró a los mexicanos se concentró en aquel magnicidio que, por lo inédito para las generaciones de entonces, impactó y sacudió a la apenas naciente democracia mexicana. Pero hoy, 30 años después, el asesinato cruel y a mansalva de 23 candidatos, según las cifras oficiales de la Secretaría de Seguridad federal, y 35 se acuerdo a las cifras que documenta el Laboratorio Electoral, ya no parecen asustar a los mexicanos, que a fuerza de ver y vivir tanta violencia en los últimos 18 años, con un incremento notable en este sexenio, ya se acostumbraron a ver caer por las balas a hombres y mujeres que, por aspirar a ocupar un cargo público, encontraron la muerte a manos de criminales impunes que ni siquiera son investigados y mucho menos detenidos.

Por eso preocupa e indigna que, en la ceguera delirante que acusa en el ocaso de su sexenio, el presidente López Obrador insista en que “no es tan grave la violencia política” y afirme -como siempre sin pruebas ni datos que lo sustenten- que hay menos asesinatos políticos y de candidatos en estas elecciones, comparadas con las del pasado reciente.

Justo ayer la Consultora Integralia, que dirige el expresidente del IFE, Luis Carlos Ugalde, documentaba en total 749 víctimas de violencia política, que incluyen 231 asesinatos vinculados a las elecciones, lo que representa un aumento del 150% de las cifras de asesinatos políticos en las pasadas elecciones federales y estatales del 202. ¿De dónde saca entonces el Presidente sus afirmaciones de que hay menos violencia en estos comicios?

A estas alturas, lo reconozca o no el inquilino de Palacio y próximo habitante de “La Chingada”, una de sus herencias negras a los mexicanos será el incremento de la violencia del narcotráfico, como resultado inequívoco de su fallida y sospechosa política de seguridad que, al calor de sus “abrazos, no balazos”, terminó disparando los homicidios violentos en México como nunca antes en la historia reciente del país, superando con creces las cifras de la cruenta guerra al narco de su odiado Felipe Calderón y de su protegido Enrique Peña Nieto.

Y si ya la violencia se había desbordado y descontrolado en la mayor parte del país en estos seis años, en los que que el Presidente defendía y anteponía los “derechos humanos” de los narcos y criminales, por encima de los de sus víctimas, que la impunidad que él le otorgó al crimen organizado terminara manchando y tiñendo de sangre y miedo las elecciones democráticas, fue sólo una consecuencia inevitable.