25 de Noviembre de 2024

11a

Panel de asistente cerrado. La selección mexicana comienza su participación en la Copa América el próximo sábado. Hay en el ambiente un fatalismo casi inédito. Percibo un consenso: a la generación actual de futbolistas mexicanos le falta calidad. Peor todavía, quienes conocen a detalle a las selecciones menores mexicanas sugieren que esa temporada de vacas flacas podría extenderse también a las siguientes generaciones de nuestro futbol.

Todo esto no es un asunto menor.

Peca de mezquindad o ceguera quien a estas alturas no entienda que el futbol es una de las pocas, muy pocas cosas que proveen un sentido de comunidad, pertenencia y, cuando las cosas andan bien, felicidad a toda una sociedad. El futbol es importante —en estos tiempos, mucho más.

Vale la pena reflexionar de verdad sobre el presente y el futuro del futbol mexicano.

Hay un debate grande sobre estructura e infraestructura. Estoy convencido de que hay personas bien intencionadas y serias a cargo de renovar lo oxidado, que es mucho, y limpiar todo lo sucio, que, quizá, es más. Pero más allá del debate organizacional, sí encuentro algo que tiene que ver con la voluntad personal y la vocación de dignidad y conquista de todo el futbol mexicano.

¿Qué hace falta? En esto, como en tantas cosas, hay que buscar lecciones en las historias de éxito. En el futbol mexicano no hay muchas, pero hay. La semana pasada se estrenó en Netflix el documental sobre la vida de Rafael Márquez (tuve el gusto de escribirlo y producirlo junto con un gran equipo). Toda la vida y la trayectoria de Márquez es ejemplo de resiliencia y esfuerzo. Él le llama “cuestión de actitud”. La frase es ilustrativa

¿Pero a qué se refiere Rafa?

Hay una anécdota en el documental, que más allá de las demás, explica la razón detrás del éxito notable de Márquez. Rafa cuenta que después de dejar Zamora siendo casi un niño para jugar en el Atlas, de pronto se encontró sobrepasado por la melancolía. Pensaba que iba a llegar a jugar de inmediato y a tener éxito casi instantáneo y lo que se había encontrado había sido distinto. Veía pocos minutos como jugador y pasaba mucho tiempo entrenando. No veía claro el futuro y comenzó a pensar en volver a casa. Con el corazón acongojado, llamó a sus padres. Contestó su madre. Con lágrimas, Rafa le dijo que extrañaba Zamora y que quería regresar.

“Ya vengan por mí”, le pidió. “Ya no quiero estar”.

Ella le respondió tajante: “¿Quién decidió irse?“

“¿Cómo?, ¿Perdón?”, contestó sorprendido el muy joven Márquez.

“La decisión fue tuya. La responsabilidad es tuya. Gánate tu puesto. Gánate tu lugar”, le dijo su madre y le colgó el teléfono.

“Ni siquiera me pasó a mi papá. Ahí fue donde dije: no hay vuelta atrás”, cuenta Rafa sobre ese momento fundacional.

Debe haber sido un trago difícil y amargo. Pero rindió frutos. Márquez debutó al poco tiempo en el Atlas y muy rápido en la selección mexicana. Un par de años más tarde ya estaba en Mónaco y luego en Barcelona. El resto es historia. Cinco mundiales con México. No es casualidad que en todos los mundiales en los que jugó Márquez México avanzó a la segunda ronda y, por lo menos en tres de esos partidos, arañó el famoso quinto partido. El ejemplo lo ponía el capitán.

El futbol mexicano le sigue contestando el teléfono a sus jugadores, pero, a diferencia de la madre de Rafa Márquez, nuestro futbol opta por consentir los peores impulsos de sus talentos. Les permite volver a la comodidad de casa. El aliento no es para enfrentar la dificultad sino para buscar la comodidad. Es cuestión de actitud. En el caso de Márquez, esa actitud fue la valentía y la resiliencia. En el caso de nuestra enorme mayoría, la actitud es el conformismo. Y en el conformismo no está la gloria. Ni en el futbol, ni en ninguna otra cosa en la vida.

Cada día que el futbolista mexicano, los dueños de clubes del futbol mexicano, las escuelas de futbol, los buscadores de talento, los agentes de los futbolistas, las familias de los futbolistas, los medios de comunicación y todos los otros actores de la estructura futbolística no entiendan que hay que colgar el teléfono y empujar hacia la alta competencia, será un día perdido más. Peor todavía: será un día en el que nos condenaremos a la infelicidad de la derrota. Y con millones de mexicanos viendo la televisión esperanzados a ambos lados de la frontera, eso es un precio que no debemos pagar.