Hay que dar espacio y transmisión, tanto a las familias como al cooperativismo, a las mismas empresas o a las asociaciones, puesto que forman parte del género activo de la sociedad y, como tales, hemos de considerarles, lo que significa liberar buenas vibraciones para que el bien común sea fruto del empeño y de la solidaridad entre todos.
Subsiguientemente, es vital no abandonarse, sino reconocer que son los vínculos de unidad y el abrirse al mundo, lo que nos hace tomar conciencia de la dimensión comunitaria de la existencia humana. Sin un proyecto colectivo resulta imposible avanzar; igual nos sucede sino universalizamos los derechos humanos, para retomar ese rumbo común, en el que todos tenemos que participar, mediante reflexión serena y responsable, que es la que nos lleva a una conjunción de anhelos humanitarios.
No olvidemos que todos nos movemos bajo un mismo techo. Y que una morada será un espacio vivo, cuando este sostenida por unos progenitores de acción y reacción, de valor y de valía, tan sensatos como valientes; para ser sustentada desde el respeto y la satisfacción recíproca. Indudablemente, no hay mejor norma social, que ser uno para todos y todos para cada uno.
Quizás, hoy más que nunca, necesitamos que el tejido corporativo se avive con una nueva siembra de quehaceres y sanos propósitos. Nos lo impone el momento arduo que estamos atravesando; y, por ello, el sumatorio asociativo es fundamental para volcar ilusión e injertar esperanzas. En cualquier caso, no podemos encerrarnos, tenemos que aprender a abrir puertas y a compartir realidades, para dar nuestra propia contribución y tratar de ofrecer respuestas.
En este sentido, nos alegra que más del 12% de la humanidad sea cooperativista de alguna de los 3 millones de cooperativas del planeta. Lástima que estos proyectos conjuntos entren en crisis, comenzando por la propia familia, que está enraizada en la misma constitución frágil. En ocasiones, cuesta entender esta dureza de alma o estos egoísmos mezquinos que menoscaban esa entrega conyugal, primordial para reencontrarnos.
Justamente, si las cooperativas ofrecen crecimiento mercantil sostenible, estabilidad y empleo de calidad al 10% de la población activa mundial, también el porvenir de la humanidad está en manos de aquellos linajes que saben dar razones para vivir. Sin duda, la estirpe se enraíza al corazón para siempre.
Esta textura general, por consiguiente, debe renovarse cada aurora, al menos para estar laboriosa. Porque la vida tiene sus cruces, o si quieren sus nudos, que debemos desanudarlos de modo suave, con la mejor historia de amor injertada. Lamentablemente, solemos movernos en el cansancio y en la decadencia.
Por eso, es capital tejer historias para enfrentarnos a los retos de la supervivencia, lo que requiere correspondencia de semánticas, pero también paciencia y discernimiento para no navegar a la deriva, saber cuál es mi hogar, para quién existo y qué me guía, ante la ausencia de proyectos compartidos. A mi juicio, nos falta esa alegría de explorarnos, de vivir unidos desviviéndonos entre sí, con la calma en el futuro.
De ahí, la importancia de las energías morales para el fomento de las instituciones de gratuidad, como la propia familia; una preciosa y necesaria riqueza para la sociedad, que se ha de sostener y valorar. Por otra parte, al igual que la globalización debe regirse por un conjunto de valores como los del movimiento cooperativo; de lo contrario, la desigualdad y los excesos crearían sociedades insostenibles, también la comunión casera nos reconstruye, conciliando sentimientos y autenticidades.