El estrés es una epidemia. Vivimos agobiados por el trabajo, la familia, las relaciones personales y por la vida diaria. En lugar de eliminar sus causantes, agregamos día a día más complicaciones. El ingreso que se recibirá mes a mes, los pagos a realizar, las deudas y el ahorro (o más bien la falta de este) son variables que hacen la ecuación aún más compleja.
Un par de semanas atrás, el Inegi presentó —con la Condusef— la Encuesta Nacional de Salud Financiera. Sus resultados muestran que a los mexicanos no solo les generan estrés sus finanzas personales, sino que revelan un bajo nivel de cultura financiera.
Menos de una quinta parte de los mexicanos considera tener un alto bienestar financiero, sin embargo, un poco más de la mitad señala estar satisfecho con sus finanzas. Este dato contrasta con otros de la misma encuesta. Más de 65% de los adultos en México dijo sentirse preocupado por los niveles de deuda que tiene y prácticamente 67% de la población dice estar muy estresado financieramente, es más, 35% de la población dijo tener incluso malestares físicos —colitis, dolores de cabeza, gastritis, pérdida del sueño— por el agobio que le causa su situación financiera. La encuesta muestra lo que quizás algunos intuíamos: las mujeres nos estresamos más.
Más de la mitad de los mexicanos —52%— dice ahorrar, pero este ahorro no necesariamente se encuentra en las instituciones financieras, donde podrían tener algún rendimiento y contar con productos de inversión. También se considera en la encuesta el ahorro informal. Ahí están los ahorros debajo del colchón, las tandas, las cajas de ahorro comunitarias o cualquier otro mecanismo que pueda diseñarse sin pasar por el sistema financiero establecido.
Esa es una de las razones por las cuales suele decirse que la inflación es un impuesto regresivo. Guardar dinero en un rincón de la casa o dárselo a la señora que administra la tanda es más bien una forma de no gastarlo. Mantener los recursos en efectivo ocasiona que día tras día se deteriore su poder adquisitivo por la pérdida que implica la inflación. De ahí la relevancia de que, en primer lugar, aumente la penetración financiera en México y en segundo, de que se ofrezcan productos interesantes, ágiles y con rendimientos positivos. No basta con llenar de cajeros automáticos el país ni pensar que la tecnología —o las fintechs— resolverán el problema. Ni la regulación ni las instituciones han estado a la altura. ¿Será falta de mercado o más bien una falla del mercado que habría que corregir?
De la población adulta ahorradora que alcanza los 48.25 millones de personas, 27 y medio reportan tener ahorros equivalentes a una quincena o menos, por lo que no sorprende observar el estrés que provoca un gasto imprevisto, 63% de la población encuestada solicita ayuda a sus familiares para solventar la emergencia. La opción a la que menos se recurre —sin sorpresas— es a las tarjetas de crédito o a préstamos bancarios.
La Ensafi da información relevante para las instituciones financieras, pero también para los diseñadores de la política pública. Debería llevar a un diálogo mayor entre bancos y autoridades para permitir ajustes regulatorios que den mayor flexibilidad y pongan un piso más parejo entre los jugadores. Pero también llama a darnos cuenta de que la educación financiera importa. Importa para la inclusión de millones de personas y para permitir la posibilidad de mejorar sus condiciones de vida. Todo sea por tener menos estrés.