En los últimos años, la confianza de los mexicanos en los partidos políticos tradicionales ha disminuido drásticamente. Escándalos de corrupción, falta de transparencia y clientelismo han creado la percepción de que estos partidos solo buscan mantener el poder y los privilegios de sus dirigentes, en lugar de representar los intereses del pueblo.
Este descontento ha generado una demanda creciente por alternativas políticas que realmente reflejen las necesidades de la ciudadanía. Los partidos, sin embargo, parecen sordos a este clamor, arriesgándose a su propia extinción mientras nuevas opciones emergen para ocupar su lugar.
Según el estudio "Confianza y participación política en América Latina" de Redalyc, en 2018, solo el 20% de la población de la región confiaba en los partidos políticos, y en México esa confianza se estableció en un 9.6%. En 2021, Latinobarómetro reveló que la confianza había disminuido aún más, con solo el 13% de la población latinoamericana confiando en ellos, y en México la cifra se mantuvo casi igual, bajando solo al 9%.
Estos datos, junto con los resultados electorales del pasado junio, parecieran no importarles a las dirigencias, ya que, en lugar de mejorar sus prácticas, las empeoran, sentenciando de muerte a sus partidos.
El mejor ejemplo de esta desconexión es el Partido Revolucionario Institucional (PRI) bajo la dirección de Alejandro Moreno "Alito". A pesar de obtener los peores resultados electorales en la historia del partido, Alito busca perpetuarse en el poder, alterando los estatutos del PRI para permitir su reelección por tres periodos consecutivos. Desde su elección como presidente del PRI en 2019, el partido ha perdido el control de 11 gubernaturas y ha visto una disminución del 80.3% en su militancia, cayendo al cuarto lugar en preferencia política.
El PRI parece haber olvidado sus propios principios fundacionales, aquellos que alguna vez inspiraron la Revolución Mexicana. La concentración de poder, la manipulación de estatutos y la marginación y persecución de voces disidentes son señales de un partido en decadencia, desconectado de la realidad de sus militantes y del pueblo mexicano. A su dirigencia no le importan sus seguidores ni recuperar parte de su historia; lo único que le importa a su presidente es tener una plataforma para negociar y continuar en el poder, incluso a costa de quitar el último aliento que podía tener el partido.
En este contexto de desilusión, un día antes de lo ocurrido en el PRI, surgió una nueva iniciativa para construir un proyecto de nación que priorice la participación de la sociedad civil, así como de los liderazgos sociales y políticos del país: el Frente Cívico Nacional. Liderado por figuras como Guadalupe Acosta Naranjo, Cecilia Soto, Emilio Álvarez Icaza y Gustavo Madero entre otros, este movimiento busca convertirse en un partido político que represente a la ciudadanía insatisfecha con las actuales opciones político-electorales. A diferencia del PRI bajo Alito, el Frente Cívico Nacional propone un modelo de elecciones primarias abiertas a la ciudadanía y rechaza la candidatura de sus dirigentes a cargos de elección popular, fomentando así la transparencia y la participación democrática.
Una prioridad en la que Acosta Naranjo enfatizó en el encuentro es la necesidad de que las personas se mantengan vigilantes y activas en la defensa de la democracia, proponiendo acciones concretas como una marcha en septiembre para defender a la Suprema Corte de Justicia de la Nación y exigir al Instituto Nacional Electoral (INE) que evite la sobrerrepresentación en el Congreso de la Unión.
El reto para esta nueva fuerza política es cómo captar la atención de los jóvenes, quienes cada vez se alejan más de la política tradicional, prefiriendo votar impulsivamente, a veces motivados solo por una canción pegajosa en lugar de una plataforma sólida. Para atraerlos, es crucial implementar estrategias que promuevan su participación, reconozcan la relevancia de sus propuestas, y cuenten con capacitación política y formación de cuadros, ya que de lo contrario es muy difícil que se sientan identificados con un movimiento.
El Frente Cívico Nacional tiene la oportunidad de convertirse en esa fuerza transformadora que el país necesita siempre y cuando logre conectar con los jóvenes y sociedad civil, demostrando que la política puede y debe ser diferente.