21 de Noviembre de 2024

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La relación diplomática entre México y Perú, dos naciones históricamente unidas por lazos culturales, económicos y políticos, atraviesa un momento crítico. Lo que antes fue una alianza sólida en la región latinoamericana hoy se ve marcada por tensiones, desencuentros y reproches públicos que han escalado hasta convertirse en un distanciamiento que parece difícil de resolver. ¿Qué pasó entre estos dos países hermanos para llegar a este punto? Y más importante aún, ¿existe una salida a esta crisis?

El origen de la fractura: La crisis política en Perú

El punto de quiebre entre México y Perú tiene como telón de fondo la crisis política que sacudió al país andino en diciembre de 2022, cuando el entonces presidente Pedro Castillo fue destituido tras intentar disolver el Congreso y establecer un gobierno de excepción. La respuesta inmediata fue su arresto y la sucesión de Dina Boluarte, quien era su vicepresidenta. Este cambio abrupto en el poder detonó protestas masivas y una brutal represión en Perú, que dejó decenas de muertos y una profunda división social.

Aquí es donde México entra en escena. Desde el inicio de la crisis, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) expresó su apoyo a Pedro Castillo, calificando su destitución como un golpe de Estado y condenando la respuesta represiva del nuevo gobierno de Boluarte. México ofreció asilo a la familia de Castillo, lo que fue visto como un acto de provocación por el nuevo gobierno peruano.

Este gesto diplomático no solo enfrió las relaciones, sino que desencadenó una serie de desencuentros públicos que han llevado al deterioro actual. Dina Boluarte ha acusado a México de injerencia en los asuntos internos de Perú, mientras que AMLO ha mantenido su postura crítica, negándose incluso a reconocer oficialmente al gobierno de Boluarte como legítimo. En este contexto, la diplomacia ha quedado atrapada en un callejón sin salida.

Una retórica inflamada: El choque de personalidades

Las malas relaciones entre ambos países no pueden entenderse sin considerar el papel de los líderes actuales. Tanto López Obrador como Boluarte han asumido posiciones intransigentes que han alimentado el conflicto. AMLO, conocido por su discurso antiimperialista y su defensa de la soberanía de los pueblos, ha adoptado una postura de rechazo hacia lo que considera un "golpe de Estado" contra Castillo, interpretando la crisis política en Perú como parte de una lucha más amplia contra los poderes fácticos que buscan mantener el status quo.

Por su parte, Boluarte ha hecho de la defensa de su legitimidad una cuestión de Estado. Ante las acusaciones de autoritarismo y represión, su gobierno ha respondido endureciendo su postura diplomática. Perú ha retirado a su embajador en México, y las declaraciones de Boluarte han sido claras: no habrá reconciliación mientras México continúe con lo que considera una política de intervencionismo.

Este choque de personalidades ha hecho casi imposible cualquier intento de mediación. Lo que podría haberse resuelto mediante un diálogo respetuoso y prudente ha escalado a una guerra de declaraciones que sólo ha agravado la distancia entre ambas naciones.

Impacto económico y cultural: Una relación en pausa

El conflicto diplomático no se limita a los intercambios de palabras entre los líderes. Las tensiones han comenzado a tener un impacto en otros aspectos de la relación bilateral, como el comercio, la cooperación regional y los intercambios culturales. México y Perú comparten una historia de colaboración económica significativa. Ambas naciones son miembros de la Alianza del Pacífico, una plataforma clave para el comercio en la región, y mantienen acuerdos de libre comercio que han impulsado el intercambio de bienes y servicios.

Sin embargo, el distanciamiento político amenaza con paralizar esta relación. La falta de comunicación entre los gobiernos debilita el marco de cooperación que tanto beneficio ha traído a ambos países. A nivel cultural, también se siente la ruptura. El intercambio de programas educativos, culturales y artísticos se ha reducido considerablemente, lo que afecta el entendimiento y la solidaridad entre las sociedades mexicana y peruana.

El riesgo de un enfriamiento a largo plazo es real. Si no se logra un acercamiento diplomático en el futuro cercano, las repercusiones podrían ser profundas y duraderas, no solo para ambos países, sino para toda la región latinoamericana.

¿Hay salida a la crisis?

Las relaciones diplomáticas entre México y Perú se encuentran en un punto de inflexión. Si bien los desencuentros actuales parecen insalvables, la historia reciente nos enseña que los conflictos entre naciones pueden resolverse mediante la diplomacia cuando existe voluntad política.

México, con su tradición de respeto a la autodeterminación de los pueblos y su política exterior de no intervención, podría optar por suavizar su postura hacia el gobierno de Boluarte, abriendo un canal de diálogo basado en el respeto mutuo. Esto no significa un cambio de principios, sino un reconocimiento de que la estabilidad regional depende de la capacidad de los países para encontrar puntos en común, incluso en medio de desacuerdos profundos.

Por otro lado, el gobierno de Perú podría adoptar una actitud menos beligerante y más abierta al diálogo con México. Si bien la legitimidad de Boluarte ha sido cuestionada dentro y fuera de Perú, su gobierno debería buscar resolver las tensiones diplomáticas sin recurrir a la confrontación constante.

La región latinoamericana enfrenta grandes desafíos: desde la desigualdad económica hasta la crisis climática, pasando por el fortalecimiento de las democracias. En este contexto, la unidad y la cooperación entre las naciones son más necesarias que nunca. México y Perú tienen una larga historia de cooperación, y es imperativo que sus gobiernos encuentren una forma de superar este conflicto para continuar avanzando hacia un futuro común.

Conclusión: El costo del desencuentro

Las malas relaciones diplomáticas entre México y Perú son un reflejo de cómo las crisis políticas internas pueden desbordar las fronteras y afectar las alianzas regionales. Lo que comenzó como un gesto de solidaridad hacia un expresidente destituido se ha convertido en una confrontación pública que amenaza con deteriorar una relación histórica.

A medida que la retórica se endurece y los canales diplomáticos permanecen cerrados, el riesgo de un enfriamiento prolongado aumenta. Resolver esta crisis no será sencillo, pero es necesario si ambos países desean retomar el camino del diálogo y la cooperación. En un mundo cada vez más interconectado, el costo del aislamiento y la confrontación es demasiado alto, tanto para México y Perú como para América Latina en su conjunto.