19 de Marzo de 2025

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El feminismo, como todo movimiento social que busca transformar las estructuras de poder, ha evolucionado con distintas estrategias de lucha. Una de las más polémicas es la iconoclasia, entendida como la destrucción o intervención de símbolos y monumentos que representan figuras históricas, muchas veces vinculadas a la opresión patriarcal. Pero ¿es realmente un acto de vandalismo o una forma legítima de protesta?

¿Es La Iconoclasia en el Feminismo, un acto de rebeldía o una necesidad histórica? La iconoclasia es una respuesta a la opresión histórica. A lo largo de la historia, la iconoclasia ha sido una herramienta política y social. Desde la Revolución Francesa hasta la caída de regímenes totalitarios, los monumentos han sido derribados como una forma de ruptura con un pasado de injusticia. En el caso del feminismo, esta acción se ha dirigido contra estatuas y símbolos que glorifican a figuras masculinas que perpetuaron la desigualdad y la violencia de género.

El ejemplo más emblemático en México son las intervenciones en el Ángel de la Independencia durante marchas feministas. Lo que para algunos es un acto de destrucción, para otros es una forma de reescribir la historia y visibilizar las deudas pendientes con las mujeres. Rayar un monumento con nombres de víctimas de feminicidio es un recordatorio de que la justicia no ha llegado para muchas de ellas.

Más allá de la indignación: hay que entender el fondo del problema. Las críticas a la iconoclasia feminista suelen centrarse en el daño al patrimonio, pero pocas veces se habla de la indignación que lleva a estas acciones. La violencia de género en México ha alcanzado niveles alarmantes, con un promedio de 10 feminicidios al día. Frente a un Estado que no responde con acciones efectivas, la protesta se radicaliza y la iconoclasia se convierte en una forma de resistencia.

¿Es más grave pintar un monumento que permitir la impunidad de los agresores? ¿Por qué la molestia hacia las pintas es mayor que la indignación por los feminicidios? Estas preguntas deberían ser el verdadero debate.

Lejos de ser un acto irracional, la iconoclasia feminista busca transformar el significado de los espacios públicos. La Glorieta de Colón en la Ciudad de México es un claro ejemplo de esto: en 2021, la estatua del navegante fue retirada y el espacio fue renombrado como la "Glorieta de las Mujeres que Luchan", un sitio donde se honra a activistas y víctimas de violencia de género.

Este tipo de intervenciones demuestran que la lucha feminista no busca destruir por destruir, sino cuestionar qué símbolos representan realmente los valores de una sociedad que se dice democrática y equitativa.

Entender la iconoclasia como parte del feminismo implica ir más allá de la superficie y analizar el contexto que la origina. No es solo una cuestión de grafitis o estatuas caídas, sino de un sistema que sigue perpetuando desigualdades y violencias.

Si queremos evitar que las calles sigan siendo lienzos de protesta, el cambio debe empezar en las estructuras de poder. La verdadera solución no está en limpiar paredes, sino en garantizar justicia, igualdad y seguridad para todas las mujeres.

En pleno siglo XXI, aún persiste un miedo irracional hacia la palabra feminismo. A pesar de que el movimiento ha logrado avances indiscutibles en derechos civiles, laborales y políticos, muchas personas siguen evitando identificarse como feministas, temiendo ser señaladas, ridiculizadas o, en el peor de los casos, atacadas. Pero ¿qué es realmente el feminismo y por qué genera tanto temor?

El feminismo no es lo que te han dicho. El feminismo no es odio a los hombres. Tampoco es un club exclusivo de mujeres que buscan "privilegios" sobre los demás. Es un movimiento que lucha por la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres, desafiando estructuras históricas de desigualdad que afectan a toda la sociedad.

Si hoy las mujeres pueden votar, acceder a la educación superior y ocupar cargos públicos, es gracias a la lucha feminista. Si los hombres pueden ser más abiertos emocionalmente sin ser considerados "débiles", también es porque el feminismo ha cuestionado los roles de género impuestos por el patriarcado.

Sin embargo, la desinformación y los discursos reaccionarios han hecho que muchas personas vean al feminismo como una amenaza, en lugar de reconocerlo como una herramienta de transformación social.

El miedo se ha utilizado siempre como herramienta de control ¿Por qué hay tanto rechazo a la palabra "feminista"? La respuesta es simple: porque desafía el status quo. A lo largo de la historia, los movimientos que han buscado cambios estructurales siempre han sido demonizados. Ocurrió con el sufragismo, con la lucha por los derechos civiles y con cualquier causa que ha intentado romper esquemas de opresión.

El miedo al feminismo no es accidental; ha sido una estrategia deliberada para deslegitimarlo. Desde los medios de comunicación hasta los discursos políticos, se ha creado la imagen de un movimiento radical, violento y excluyente. Pero la realidad es otra: el feminismo es diverso, está en constante evolución y busca construir un mundo más justo para todas las personas.

No es necesario encabezar una marcha ni gritar consignas para ser feminista. Basta con reconocer que la desigualdad de género existe y que debemos hacer algo para erradicarla. Si crees que las mujeres merecen ganar lo mismo que los hombres por el mismo trabajo, que tienen derecho a vivir sin miedo a la violencia y que las tareas del hogar deben ser compartidas, entonces ya compartes los principios básicos del feminismo.

No tener miedo a llamarnos feministas es un acto de honestidad con nuestras propias creencias. Es reconocer que la lucha por la equidad no es una amenaza, sino una oportunidad para construir una sociedad más justa y libre de estereotipos.