19 de Septiembre de 2024

Manuel Zepeda Ramos

Bullyng carioca

Lula. El de Pernambuco, el que se graduó de Presidente de la República el día de su toma de posesión, el Presidente todavía líder de los brasileños, el eterno dirigente obrero aquí saludado varias veces por esta columna, de repente nos desconoce y lanza una serie de reclamos-críticas a México y a su política económica.

¿Qué le pasó?

Quiero entender que fue su preocupación por los acontecimientos que están sucediendo en su país a unos minutos del inicio del Mundial de fútbol que ha obligado a la movilización de 160 mil efectivos en todo el país, en sus doce sedes programadas. La candidatura y después el triunfo bien ganado -¿Quién podría objetar que no lo haga el país sede de la mejor selección de toda la historia del fútbol que ha sido capaz de ganar cinco campeonatos del mundo?-, para organizar, digo, el Mundial que estamos a punto de ver su inauguración con amenazas laborales en varios enclaves de trabajo masivos en el país, se ha convertido ocho años después de haberlo ganado, en un verdadero problema político interno y sus correspondientes consecuencias ante el mundo que observa con detenimiento lo que pueda suceder.

 

Los observadores apuntan que a Brasil le faltó tiempo para poder organizarlo.

Sus críticos internos señalan que es un dispendio económico cuyo millonario gasto mejor hubiera sido aplicado a la salud o al combate a la pobreza o a la educación, pero nunca a construir estadios sobre la destrucción de los que estaban o la creación de otros nuevos como el de Manaos o el de la capital Brasilia que difícilmente habrán de usarse nuevamente; aunque algunos conocedores de la cultura en Brasil -un movimiento de las artes, Tropicalismo, fue cuña fundamental para deteriorar en su línea de flotación a la dictadura de varios años-, señalan que el estadio de Manaos bien podría convertirse en un enorme espacio para las artes escénicas en memoria de aquellas intensas jornadas de ópera y género chico que caracterizó a esa zona rica en minerales y emblema principal de la economía brasileña en el siglo XIX y varias décadas del 20, ese emporio minero que usaba al río Amazonas como la “carretera de acceso” a la gran riqueza de aquella época, por lo que transitaban también la ópera y el vodevil, mujeres bellas que distraían a la comunidad del mundo que allí habitaba.

El caso es que hoy hay estadios que no se han terminado como el de Brasilia o el de Sao Paulo, que en el momento que escribo esta columna tienen ya en la cancha a los jugadores del partido inaugural entre las escuadras anfitriona y de los Balcanes, la dura y aguerrida Croacia.

Pero volvamos con Luis Inacio Da Silva, Lula.

Su trabajo al frente de la presidencia de Brasil tuvo resultados impresionantes, sobre todo en el combate a la pobreza que saluda a más de 30 brasileños que ahora comen y no mal. Eso es de gran reconocimiento, que se aplaude sin ningún recato.

Pero lo pudo hacer gracias a las adecuaciones estructurales que el presidente Cardoso dejó instaladas y que permitió el despegue de Petrobras, la industria de la transformación y aeronáutica, entre otros desarrollos, que permitieron ingresos suficientes para ello. Se admira la visión de Lula de trabajar sobre lo logrado y no destruir lo acertado de las medidas a lo que son afectos los partidos de izquierda de América Latina.

La crítica de Lula a nuestro país fue atajada hábilmente por Peña Nieto, a pregunta expresa de un periodista en España en la rueda de prensa con el presidente Rajoy después de su reunión programada en la gira del presidente mexicano que ese día terminaba. También lo hizo el Secretario de Hacienda desde Nueva York, aduciendo números económicos superiores de México a los de Brasil en este momento.

La patada en la espinilla y la “agarrada de puerquito” a nuestro país como bien señala Carlos Marín, habrá de pasar al olvido mediático. Lo habrá de borrar la parafernalia del deporte más popular del Planeta en los próximos 30 días, porque el Mundial habrá de ser un éxito turístico y deportivo, a pesar de lo que los reporteros de la televisión que siguen este mundial dicen que sólo el 40% del boletaje vendido en el Mundial lo compró el pueblo brasileño, lo que marca su enojo no procesado, o la falta de dinero para adquirir los billetes de entrada.

Haciendo votos por eso, por el éxito de la contienda más importante en el mundo, y el mundo pendiente de ella, me quedo con el excelente discurso de Lula en Zinacantan, Chiapas; una gran pieza de profundo contenido ideológico en la eterna lucha por los que menos tienen, así como el mensaje de Francisco, Papa de gran simpatía planetaria y empedernido incha del fútbol, que desea buen fin a la gran contienda.

 

Que hable el fútbol.