Ramón Durón Ruiz
Hace unos días fui a dar una conferencia, quién me hizo el favor de invitarme me dijo que uno de los jefes de la Policía Federal Preventiva me quería conocer, nos fuimos a degustar la rica gastronomía de la región, entre la plática me dijo:
— Lo que se le ofrezca, no dude en buscarme… ¡Estoy a sus órdenes!
Como si fuese imán, a los pocos días por la noche y desde adentro de la oficina, vimos cómo dos tipos “mal encachados” afuera recorrían la banqueta, se paraban, se separaban y finalmente se dirigieron a la puerta de la oficina en el momento en el que llenos de miedo, habíamos decidido salirnos; cerramos la puerta y nos fuimos listos para tocar las maracas en un conjunto, es decir temblando.
En la mañana le llamo al Comandante, después de los saludos de rigor le dije:
— La vez que desayunamos usted me dijo que lo que se me ofreciera y fíjese que anoche dos tipos estuvieron merodeando afuera de la oficina con las aviesas intenciones de asaltar.
— No se preocupe Doctor –Me dijo sereno el Comandante– la próxima vez que esto suceda, cuando los tipos estén ahí con usted ¡Llámeme!
— ¡Oiga comandante!, disculpe –le dije con mi ingenuidad rural– ¿Y usted quiere que le llame cuando nos estén asaltando o después que nos hayan madreado?
La anterior anécdota se parece a la que le sucedió al queridísimo ex gobernador de Tamaulipas, Don Enrique Cárdenas González, “cuando don Enrique accedió por segunda ocasión al Senado de la República, invitó al distinguido abogado tampiqueño Carlos Echazarreta Delgado, para que lo acompañara como su Secretario Particular.
A raíz del asesinato de Francisco Ruiz Massieu, mentes políticas llenas de insana perversidad, trataron de involucrar a don Enrique en el ilícito.
Un día dijo don Enrique a Carlos Echazarreta:
— ¡Mira Echazarreta!, tú no sabes muchas cosas de éstas… ¡pero yo sí! Creo que sería bueno que buscáramos un abogado ¡por si las dudas!, porque tú no sabes cómo se cocina esto.
A lo que tranquilo contestó Echazarreta:
— Pues no creo que haya necesidad, porque yo lo conozco a usted, es un hombre honorable, de intachable conducta, sé la clase de persona que es, incluso sé que usted nada tuvo que ver.
— ¡No, pues tú sí!, pero tú no sabes cuánta gente muy malintencionada anda aquí en la política.
Sin dudarlo, el particular se atrevió a sugerir:
— ¡Bueno...!, pero no se preocupe, yo tengo un buen abogado.
— ¿Y lo has visto actuar? −preguntó interesado don Enrique.
— ¡Claro que sí!
— ¿En qué caso ha litigado?
— Pues mire usted, un día actuó en un caso en el que un tipo estaba detenido en el penal de Andonegui; como a eso de la una de la mañana, llama a este abogado, lo despierta y le pide que vaya urgentemente al penal porque quería hablar con él. Entonces el abogado se fue para allá y hasta llegó en pijama. El hombre que estaba detenido le dijo:
— Tengo conocimiento que en la madrugada me van a sacar y me van a llevar a la playa para golpearme y matarme.
Don Enrique Cárdenas muy intrigado pregunta:
— ¿Y qué hizo el abogado?
— ¡Ah!, pues le contestó: ¡Nomás deja que lo hagan… y vas a ver qué pedo le armo a éstos ‘abrones!
Entonces don Enrique se voltea y muy molesto le dice:
— ¡Oye Echazarreta…! ¡Déjate de cosas, esto que te estoy pidiendo es muy serio!”