Agencias
Esto
La Liga que el Barcelona ganó este jueves tras imponerse 0-2 al Espanyol podrá recordarse por muchas cosas: El vértigo del equipo de Hansi Flick; la resurrección de Raphinha; la durabilidad de Robert Lewandowski; la consagración de Pedri; la línea adelantada de la defensa; las remontadas contra todo pronóstico. Hay una cosa, sin embargo, que está por encima del resto: la zurda de Lamine Yamal, cuya función ya no son solo los goles que pueda marcar o no, sino también la de brújula capaz de guiar al equipo azulgrana a una nueva dimensión.
Resulta curioso que un gol y una asistencia suyas fueran las encargadas de definir la Liga. Dentro de la explosión de Lamine y su particular colección, el gol fue el último en manifestarse de manera clara. Abundaban las asistencias preciosas y los regates imposibles, pero la gente le pedía más. Como si frotaran una lámpara, el genio apareció y ahora el extremo es capaz de acumular golazos en partidos consecutivos. El de esta tarde en el campo del Espanyol resulta especialmente bello, porque el balón entró en la escuadra y demostró que ese recorte hacia el centro y ese disparo de zurda a segundo palo ya son una combinación indefendible.
El Barcelona visitó Cornellá con la consigna de ganar los tres puntos, los últimos en el camino rumbo al título. La cercanía con el objetivo le daba cierto drama al escenario, como esas carreras en las que los protagonistas vislumbran el cierre y todo cuesta más en esos últimos metros. El equipo de Flick acusó cierta desesperación al momento de atacar, como si la obligación de sentenciarlo todo estuviera presente en cada uno de sus intentos.
El temor no era en vano, porque enfrente tenía un equipo dispuesto a complicarle las cosas. El Espanyol se replegaba bien, y apenas atisbaba la contra, salía con velocidad. Así encontró la espalda de la defensa en varias ocasiones, pero Szczęsny cumplió con honores la que podría ser una de sus últimas misiones.
Una vez que ambos equipos regresaron del descanso, el Barcelona buscó darle mayor movilidad al balón. Una especie de engaño que no engaña a nadie porque la mayoría de las veces la pelota termina por la banda derecha, en los pies de Yamal. El extremo recibe, se da un tiempo para pensar; mientras, los defensas le marcan el perfil, conscientes de que es probable que nada les funcione en su intento por defender su portería.
Fue entonces que al minuto 53 llegaría la jugada que lo cambiaría todo. Yamal encaró hacia el centro y, cuando encontró apenas un espacio, disparó de zurda. La rosca le alejó la pelota a Joan García y cuando parecía que se iba, se cerró de pronto, como un misil teledirigido. La cercanía con la escuadra le dio más belleza al disparo, porque el balón, en lugar de romper violentamente con el palo, como parecía, acarició la red y en el acto desahogó la tensión que acumula en esos momentos en los que el balón vuela.