Superávit y déficit político para 2024
ÓSCAR BETETA
Con la figura, la presencia y el impulso de Andrés Manuel López Obrador, columna vertebral del poder y la importancia que hoy tiene Morena, las perspectivas de ese partido de permanecer en la Presidencia en 2024 son indubitables. Pero tendrá que resolver dos problemas cruciales.
El primero es la selección de su candidato. Sobre esto, cada día se arman todo tipo de escenarios que involucran a los personajes que el presidente ha mencionado como sus posibles sucesores, principalmente a Marcelo Ebrard y Claudia Sheinbaum.
Este ejercicio va a ser frecuente hasta que se asuma la gran decisión. Será entonces cuando los factores de hoy, y otros, cobren toda su dimensión y su peso. Por el estilo personal de gobernar, es previsible que AMLO acomode las cosas a su favor.
El otro elemento que estará pulsándose de manera recurrente, es la calidad de la gestión pública que el titular del Poder Ejecutivo lleve a cabo en el tiempo que le queda a su sexenio.
Con independencia de quién sea la persona a la que él y sólo él designe para que tome la estafeta hacia 2024, sus acciones y decisiones serán, en última instancia, las que definan el resultado de los comicios.
Eso, remite a sus tiempos de campaña, en que la sociedad, harta de problemas insolubles, decidió darle su confianza y su voto. Lo llevó a la Presidencia por sus promesas de que acabaría con la inseguridad, la corrupción y la impunidad. La gente confió en que trabajaría por la democracia y la igualdad y que con él habría concordia, paz, orden y bienestar para todos.
Sobre eso, lo dicen los indicadores a diario, no ha conseguido mucho; incluso, en algunos rubros como la criminalidad, la situación ha empeorado. Los 118 asesinatos del martes pasado, o de muchos otros días ocurridos durante la actual administración, son evidencia irrefutable de magros resultados. Eso, sin contar el aumento de todo tipo de crímenes.
Cuantitativamente, es decir, con los puestos de mando que están en manos de los morenistas ahora y con que se les sumarán próximamente de los comicios en seis estados, lo que les permitirá totalizar una veintena de gubernaturas, indiscutiblemente su partido ganaría en las urnas dentro de dos años.
Si a eso se agrega la conquista de los gobiernos de Coahuila y del Estado de México en 2023, en lo cual seguramente AMLO pondrá toda su atención y desplegará cualquier tipo de recursos, no cabe duda de que Morena tendría la base numérica para recrearse en el poder.
Las encuestas pueden seguir favoreciendo al presidente y, por extensión, a Morena, pero es innegable que la inconformidad por los devastadores efectos de los problemas no resueltos está en el ánimo social y podría hacerse presente a la hora del cruce de las boletas.
Esa podría ser la incógnita y la sorpresa. Si se mantiene el déficit gubernamental por el incumplimiento de las promesas y se agudizan los problemas, especialmente el de la inseguridad, el superávit electoral para la competencia podría no alcanzarle para mantenerse; máxime, si la oposición no acelera su proceso para la selección de su candidato o candidata.
Para muchos críticos, analistas y expertos —el bien y el futuro de México es su argumento—, debería obligarse a todos los partidos a ofrecer un debate serio y de altura únicamente entre dos personajes que presenten un plan de gobierno creíble y exigible para los mexicanos.
En la incipiente democracia de este país, esa sería una competencia por la Presidencia de la República que se convertiría en una muy buena “partida de ajedrez” y no en un “juego de dominó” que pulverice y divida a la oposición.