¿La hora de Ron DeSantis?
LEÓN KRAUZE
Las revelaciones de las audiencias sobre la insurrección del 6 de enero han sido tan escandalosas que algunas voces en la política estadounidense comienzan a contemplar lo que hasta hace poco parecía improbable: el final de la hipnosis de culto con la que Donald Trump ha controlado al partido republicano desde hace ya más de un lustro.
De acuerdo con un sondeo de Yahoo News, 52% de los estadounidenses cree que Trump debería enfrentar consecuencias legales por su papel en lo ocurrido aquel día fatídico en Washington. Y aunque se trata de una mayoría estrecha, el número no es cualquier cosa, sobre todo si agregamos otras preguntas que plantea el sondeo. El porcentaje de republicanos que quisieran que Trump fuera el candidato presidencial en 2024 es todavía mayoritario, pero ha ido descendiendo. Lo más probable es que las audiencias comiencen a tener una repercusión palpable, dejando a Trump con su base dura. Esto no necesariamente implica debilidad: en la dinámica actual del partido republicano, contar con una base de votantes cuya devoción resista a cualquier revelación dañina, aunque sea sobre un tema tan absolutamente grave, como el golpe de Estado de principios de 2021, puede ser suficiente para ganar la candidatura, e incluso la presidencia. Pero también es cierto que esta es la primera vez que Trump enfrenta una amenaza que, no por ser autoinfligida, deja de ser grave para su causa.
Durante el fin de semana, The New York Times reveló que la ansiedad es tal en el círculo cercano a Trump -y en Trump mismo, evidentemente- que el expresidente de Estados Unidos está considerando adelantar dramáticamente el anuncio de su candidatura rumbo a 2024. En otras circunstancias, lo lógico sería que Trump esperara hasta lo que será, probablemente, un triunfo republicano en las elecciones de medio término de noviembre para entonces subirse a la ola y comenzar su camino rumbo a la elección presidencial.
Pero las audiencias sobre el 6 de enero han acelerado los tiempos.
Pero hay otro factor que incide en la posible prisa trumpista. Y es que Trump ya no está solo en la esfera de atención de los votantes republicanos, ni de los millonarios que dan dinero al partido. Lo persigue la sombra de una figura polémica que él mismo ayudó a crear: el gobernador de Florida Ron DeSantis.
A DeSantis se le describe como Trump, pero con inteligencia política y preparación académica. La realidad es más compleja e interesante. El currículum de DeSantis se lee como una hoja de ruta rumbo a la presidencia: fue un beisbolista notable en su juventud, estuvo en las Fuerzas Armadas, obtuvo un doctorado en leyes en una de las universidades más prestigiadas de Estados Unidos. Su ascenso ha sido meteórico, desde congresista hasta gobernador de Florida, uno de los estados más pujantes de Estados Unidos, pieza clave de cualquier mapa electoral en una contienda presidencial.
Pero DeSantis tiene otro lado, que ha descrito magistralmente el periodista de The New Yorker, Dexter FIlkins. Ha gobernado con dureza y testarudez en varios aspectos, comenzando por su manejo de la pandemia y su batalla contra la comunidad LGBTQ. Tiene fama de ser intransigente, impaciente y poco agradable en el trato de masas que requiere una campaña presidencial.
Pero no es Trump, y eso podría ser suficiente si las estrellas se alinean para el gobernador de la Florida en los próximos años. Todo dependerá de si el electorado republicano, o al menos las encuestas siguientes, refrendan la aparente fractura en el romance inquebrantable de Donald Trump con los votantes conservadores. Si eso ocurre, el primero en la línea será DeSantis.
Pero tampoco será el único. Muchos republicanos han puesto en pausa sus aspiraciones pensando que el partido tenía dueño. Si de verdad resulta lo contrario, habrá que esperar un frenesí.