Si hay memes hay éxito
ESTEBAN ILLADES
Cada fin de semana los medios de negocios dan a conocer información que ya es rutina: qué película recaudó más dinero en la taquilla de Estados Unidos.
Durante pandemia, los números se movieron muchísimo, y de hecho tuvimos varias películas que se detuvieron meses, incluso años, a la espera de que la pandemia terminara y se pudieran estrenar en grandes salas. Cazafantasmas, por ejemplo, y, sobre todo, Top Gun: Maverick, cuyo estreno estaba previsto para el verano de 2020 y no vio la luz hasta 2022.
Muchas películas, en cambio, fueron a dar directo a los servicios de streaming, e incluso algunas que sí fueron proyectadas en cine –como Animales fantásticos– llegaron más rápido que antes a la televisión. El mundo del entretenimiento cambió, quizás para siempre.
Al mismo tiempo, las redes sociales, en particular TikTok, modificaron lo que sucede alrededor de las cintas mismas y nuestra interacción con ellas. A saber: el poder de plataformas como TikTok, ya influye en el éxito de las películas, desde taquilla hasta rentabilidad a largo plazo.
Esto ya ocurría antes del Covid; quizás el primer gran ejemplo de una película que al día de hoy sigue vigente en forma de meme –y por lo tanto de franquicia– es Furious 7, la séptima parte de la franquicia de Rápido y furioso, que está por llegar a su décima entrega el próximo año.
En concreto, la escena final, en la que los personajes de Paul Walker y Vin Diesel toman caminos divergentes y se despiden, es ahora la base para una incontable cantidad de memes tanto de deporte como de política, como lo que se nos ocurra.
Furious 7, por mucho, ha sido la cinta más taquillera de la serie, y casi ocho años después el meme continúa.
Es, de alguna manera, la digitalización del fenómeno “word of mouth”, o de la palabra compartida: antes el éxito de una película dependía de la conversación entre las personas; si un amigo/a nos recomendaba algo, nosotros lo veíamos. El fenómeno se repetía varias veces, y una película que quizás no fuese tan famosa recaudaba millones en taquilla.
Ahora es distinto. Pensemos, por ejemplo, en la nueva secuela de los Minions, estrenada este fin de semana. La película, y por mucho, rompió los récords de taquilla del 4 de julio, el puente vacacional más importante de Estados Unidos. Venció a una de las tantas Transformers, que al igual que el multiverso de Marvel, están diseñadas para entretener a través de secuencias de acción. En general, ese era el patrón: acción mata lo que sea. Ya no.
Todos conocemos a los Minions. A algunos nos causan más risa que a otros. Pero son omnipresentes: tienen canciones, cortos y mucha, mucha mercancía. Sin embargo, nunca han destacado por ser películas que ofrezcan algo más que entretenimiento momentáneo. Por comparar: la durabilidad de una película de Pixar es mucho mayor dado que la trama y los temas que toca son mucho más complejos que algo como Minions, donde muchas veces el humor proviene de una de las fórmulas más antiguas, el pastelazo.
Entonces, ¿cómo es que una película que puede confundirse con tantas otras de su universo –existen dos líneas, la de los Minions por sí solos y las de Mi villano favorito– puede generar tantos ingresos?
Por dos motivos. El primero, por la mercadotecnia, que nunca muere. Como bien se ha explicado en otros espacios, los Minions se prestan para cualquier producto. Los Minions patrocinan lo que sea; no así Mickey Mouse. Esa flexibilidad ha hecho que sigan presentes en el mundo incluso en años que no tengan películas en el cine. Se niegan a desaparecer.
El segundo, los memes. La generación Z, cuyo sentido del humor es peculiar, ha hecho de Minions –como Shrek antes– su bandera. Hasta este periódico ha reportado la nueva moda de esta generación: vestirse de traje e ir en grupos a las funciones de los villanos amarillos. No tiene mayor sentido, pero como todo meme Z, lo digital saltó a lo real.
¿Absurdo? Totalmente. ¿Fascinante? También. Las nuevas generaciones reinterpretan su relación con las películas y con ello cambian relaciones que creíamos escritas en piedra. Así como con las acciones –Gamestop, criptomonedas–, los jóvenes Z comienzan a modificar cosas que pensábamos escritas en piedra.